Tenemos la sana costumbre de tomárnoslo todo a coña, pero hoy, nos van a disculpar, no es el momento. Apenas unos días tras el aterrizaje de la sonda Philae en el cometa Rosetta, en nuestro peñasco orbital la vida sigue su curso. A 500.000 kilómetros del punto en el que se encontraron dos prodigios, uno de la naturaleza (y el otro lo mismo), un cardumen de peces en algún lugar sin identificar revoloteó ante la presencia de un depredador. Alguien nació entre llantos; otro alguien volvió a la tierra de la misma manera. El sol no volvió a salir para nadie, si acaso unos y otros se movieron inadvertidamente hasta que pareció salir. Y Joel ya no está para verlo. No crecerá para entenderlo. Vaya este Diario en su recuerdo.
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