Es muy difícil hablar de No Man’s Sky. Es increíble la cantidad de cosas que hay en este juego: un universo casi infinito, planetas, animales, plantas, cuevas, océanos… Hay razas alienígenas con sus respectivos idiomas, naves espaciales, batallas en tierra y espacio. Hay objetos misteriosos que encontrar, fórmulas y esquemas para construir nuevos objetos y utilidades. Sin embargo, para mucha gente resultó vacío y aburrido. No encontraron en él nada interesante. Personalmente, es el juego al que más tiempo le he dedicado en este último año, y tal vez, el más fascinante a la par que decepcionante.
Han pasado más de seis meses desde que inicié el viaje en este inmenso universo, ya que me hice con el juego nada más salir en agosto de 2016, y por fin estoy determinado a acabarlo. El centro de la galaxia es el gran objetivo del juego, y puedo verlo en el mapa estelar: una gigantesca bola de fuego, rodeada de vacío. Ahora solo es cuestión de números: me encuentro a menos de 30.000 años luz de él, lo cual significa que tendré que hacer unos 15 saltos más teniendo en cuenta que cada vez que utilizo un agujero negro me acerco alrededor de 2.000 años luz. El depósito del hyperdrive de mi nave está lleno con cinco células de combustible: necesito otras diez. Para fabricarlas, en total preciso de quinientas unidades de Carbono, mil de Plutonio, doscientas de Zinc, quinientas de Heridium y otras mil de Thamium9, lo que se traduce en aproximadamente una media hora extrayendo minerales.
No sé muy bien por qué voy allí. No sé qué me espera. Me he mantenido al margen de investigar en Internet prácticamente nada sobre No Man’s Sky. Decidí, antes de que el juego saliera a la venta, que intentaría experimentar de primera mano todas las sorpresas que me tenía preparadas. Sin embargo, no se dan demasiadas pistas sobre qué hacer, aparte de mostrar una ruta al centro de la galaxia cada vez que se abre el mapa y algunas otras cuantas pistas textuales que indican que es allí a donde debo dirigirme. Y el universo que plantea No Man’s Sky es inmenso. Inabarcable. Las estadísticas de mi viaje me indican que he utilizado el hyperdrive 158 veces para llegar a este punto. No es un camino de rosas.
Pero sí que es verdad que ha sido entretenido, sobre todo los momentos iniciales y la primera toma de contacto con el juego: Estrellado en un planeta extraño, lleno de vida, elementos exóticos y construcciones alienígenas. Y esa sensación de inmensidad que te atrapa, de querer aventurarte más allá y ver qué hay. Mariela lo relata mejor que yo.
Una vez reparada la nave y construido el hyperdrive, es el momento de visitar a otros sistemas y acercarse poco a poco al tan lejano objetivo final. Es una delicia aterrizar y explorar nuevos planetas. Y más allá de la recolección de minerales y la pura exploración, los objetivos, (milestones), que te marca el juego proporcionan una excusa adicional para catalogar animales, aprender palabras alienígenas o batallar. Sin embargo, todo acaba convirtiéndose en patrones reconocibles, plantas y animales semejantes, estructuras repetitivas, cuevas prácticamente iguales. Y los momentos en los que, simplemente, te paras a capturar una foto de algo excepcional se van reduciendo. El afán de aventura y exploración tan necesario para disfrutar No Man’s Sky se va apagando a la par que se reducen las posibilidades de toparse con alguna novedad.
Es entonces cuando llega el momento de reunir todo lo aprendido y emprender el viaje al centro de la galaxia, la última frontera del juego, haciendo uso del resquicio de curiosidad que queda. Y la forma más rápida de viajar hacia el centro es utilizar agujeros negros, que pueden encontrarse en ciertos sistemas y aparecen resaltados en el mapa estelar. Pero, cada vez que se utiliza cualquiera de ellos, una tecnología de la nave, escogida aleatoriamente, resultará dañada. Lo que obliga, nuevamente, a aterrizar en planetas y explorar un poco más para extraer los elementos necesarios, ralentizando la marcha, pero, a su vez recordando que lo importante de este juego no es el destino, sino el viaje.
El centro
Así que, tras los últimos saltos al hiperespacio, estoy en la frontera, en el borde, pegado al centro de la galaxia Euclídea. Sé que ha habido muchos otros jugadores que han llegado hasta aquí, puedo ver los sistemas descubiertos por ellos en el mapa estelar, y el mismo centro de la galaxia se encuentra bajo el nombre de un jugador. El primero en llegar, imagino. Sin embargo, y sorprendentemente, hay muchos sistemas rodeándolo que no han sido descubiertos. A pesar de ser un volumen muy grande, uno pensaría que, tras todo este tiempo, cientos de usuarios se habrían adentrado en todos y cada uno de estos sistemas. Al no ser el caso, he aterrizado en uno de ellos para nombrarlo como el barrio donde crecí: Pacífico. Tal vez sea el último sistema en el que tenga la oportunidad de vagar.
Con las últimas preparaciones hechas, pulso en el centro de la galaxia desde el mapa estelar. La hora de la verdad. La recompensa a todo este esfuerzo me aguarda. No tengo ni idea de qué me voy a encontrar, no tengo la capacidad suficiente para adivinar qué me espera. Siento que me he precipitado, incluso, ¿tal vez debería haber exprimido el juego un poco más? No hay vuelta atrás, en cualquier caso. El juego transiciona entonces a una cámara que fluye retrocediendo, alejándose, mostrando la inmensidad de este universo, los incontables sistemas que lo forman. Hasta que ya no se ve nada, el vacío, solo un lejano recordatorio de lo que fue el centro al que tanto costó llegar. La cámara gira, dejando a un lado ese lejano resplandor para centrarse en otro, de color púrpura. Y un mensaje aparece en la pantalla indicando que se trata de una galaxia distinta: la dimensión Hilbert. La cámara entonces se adentra en este nuevo universo para mostrar otra infinidad de sistemas y planetas y fundir a blanco.
Tras volver a «inicializar», el juego comienza de nuevo. Estrellado en un nuevo planeta, muy lejos del centro, con las tecnologías dañadas. Se conserva casi todo de la partida anterior, no es un reseteo. El reiniciar un juego con alguna pequeña variación cuando se llega al final es una técnica tan vieja como la propia industria. Creo que fue en Super Mario Land (Nintendo, 1989) una de las primeras veces que me encontré con ello, cuando mi hermano y yo decidimos acabarlo varias veces seguidas, descubriendo una dificultad nueva y diversos bonus… Y, hoy en día, es práctica habitual en el género Free-to-play – con el que No Man’s Sky, en realidad, tiene bastante en común – para extender la vida de un juego indefinidamente. Así pues, la única duda que queda en este nuevo comienzo es qué hay de diferente en esta dimensión, si es que hay algo distinto. ¿Qué ocurrirá al llegar de nuevo al centro? ¿Un nuevo comienzo? ¿Otra nueva galaxia?
Una parte de mí quiere buscar en Youtube y averiguarlo. Pero, por otro lado, de forma casi masoquista, deseo descubrirlo por mí mismo. Aun sabiendo que probablemente volverá a haber otro reinicio igual. Sé que, si lo miro, no volveré a jugar. Es esa curiosidad por lo desconocido, después de todo, lo que me ha impulsado todo este tiempo. Y he de reconocer que, a pesar de sus numerosos fallos y decepciones, el mundo de No Man’s Sky me gusta. Quiero quedarme un poquito más.