En esta casa se ha hablado ya varias veces de Faster Than Light y de sus múltiples virtudes (incluso le dedicamos un especial que nos encanta rescatar de vez en cuando), de la manera en que refleja ese abrazo ominoso del espacio en torno a nosotros. Con una idea parecida, el estudio francés Mi-Clos creó Out There, un sencillo y absorbente título para iOS y Android al que merece la pena echar un vistazo ahora que la Humble Store nos lo ofrece casi regalado.
Las comparaciones son odiosas, pero en este caso inevitables. Lo realmente fascinante de Faster Than Light es su soberbia ambientación y todo lo que nos transmite: desde su hipnótica banda sonora hasta ese desafío que nos plantea la inmensidad cósmica, donde la duda y la incertidumbre nos acucian a cada paso que damos, en cada decisión a la que nos arriesgamos. Sin embargo, en el fondo, en el juego de Subset siempre tenemos el consuelo de que no estamos solos. Por muchos desastres que sucedan en la nave, por muchos enemigos que nos salgan al paso, al menos tenemos a nuestra tripulación, aunque sea un solo compañero de fatigas. En el momento en que nos abandonan todos y tenemos que afanarnos corriendo de aquí para allá, sin ayuda alguna, sabemos que estamos condenados.
La soledad nos asusta más que la oscuridad y sus misterios. Al menos, la soledad sempiterna, ésa a la que no se le ve un final definido. Y de aquí parte precisamente Out There, y es en esto en lo que se diferencia y se separa de manera notoria de su primo mayor Faster Than Light. La premisa de la historia es muy familiar para cualquier aficionado a la ciencia ficción, al pulp o a la space opera más ligera: ante los consabidos problemas de agotamiento de recursos en la Tierra, la solución que queda es la de buscar nuevas fronteras, nuevos espacios que colonizar. Y como siempre debe haber un pionero, un enviado altruista que lo arriesgue todo por la causa. Ése será nuestro protagonista, lanzado al espacio en una diminuta cápsula con el objetivo de encontrar un nuevo sistema habitable. En su piel nos metemos justo cuando despierta después del período de criogenización, y nos encontramos alejados de todo lo que conocíamos en un viaje hacia una estrella lejana, utópica. Solos, ahí fuera.
Mi-Clos define Out There como «una aventura de oscuridad y melancolía», y no podrían estar más acertados. La historia que se va desvelando a retazos se nos narra en primera persona a modo de cuaderno de bitácora; en ocasiones nos veremos obligados a tomar decisiones muy al estilo de un libro de Elige tu propia aventura, pero en otros casos las entradas del diario estarán dedicadas a los pensamientos o los recuerdos del protagonista, su asidero para no perder la cordura. Reflexiones existencialistas, flashes cotidianos de ese trasunto de vida que desarrolla dentro de la nave… Y como mensaje principal, la alienación en un espacio extraño y la identidad puesta a prueba, especialmente en los fugaces momentos en los que nos topamos con seres extraterrestres, ya sea en otros planetas, en naves a la deriva… o al vernos envueltos en un repentino fuego cruzado, en una batalla que no nos pertenece. El eterno tema de la ciencia ficción, el Yo frente al Otro, impregnado del sentido de la maravilla propio del fantástico en su sentido más amplio.
En cuanto a la mecánica de juego, Out There echa mano de la estrategia, también recordándonos poderosamente a un juego de tablero en lo referente al movimiento y a la gestión de recursos. Debemos alcanzar la estrella que se nos ha planteado como meta saltando de sistema solar en sistema solar, dentro del radio de alcance que permite nuestra nave. Así que hemos de elegir bien a dónde viajar para mantener el recorrido y no desviarnos demasiado, pero al mismo tiempo teniendo cuidado de economizar nuestro combustible. Si nos quedamos sin él, será el fin de nuestro viaje. Pero también lo será si agotamos nuestras reservas de oxígeno, o si nuestra nave pierde por completo su protección exterior y queda a merced de las colisiones.
En cada sistema que visitemos encontraremos planetas que explorar y prospectar; con los materiales que saquemos podremos rellenar nuestras reservas básicas (los tres elementos descritos arriba), o bien combinarlos para investigar nuevas tecnologías e incorporarlas a nuestra nave, facilitando con ello determinados aspectos del viaje. Algunos planetas, además, estarán habitados: uno de nuestros objetivos como colonizadores es descubrir nuevas razas donde vayamos y entablar relaciones. Nuestro contacto con los extraterrestres al principio será meramente tentativo: tratarán de hablarnos y tendremos que contestar como podamos, pero poco a poco iremos aprendiendo palabras y descifrando sus mensajes. Eso si nos interesa visitarles y no pasamos de largo, claro está. No podemos obviar el componente táctico, que es el que aporta en gran medida la rejugabilidad al título: podemos elegir si ir a por todas hacia nuestra meta, lo más rápido posible, si preferimos explorar los sistemas solares y descubrir nuevas tecnologías y formas de vida… Llegado un punto a la mitad del juego, puede que incluso nos topemos con un nuevo camino, distinto de la misión que tenemos encomendada. Y hasta aquí puedo leer.
El reto de Out There, pese a la sencillez de su propuesta, no es nada sencillo. Más de una vez nos encontraremos varados en medio de la nada, conscientes de que lo único que nos queda es dar un último paso hacia la oscuridad, agotando nuestra última gota de combustible y escribiendo la postrera entrada en el diario. Otras veces, por más que tratemos de trazar minuciosamente nuestra trayectoria, nos acabaremos separando del camino, dando vueltas y perdidos de manera irremediable. Y curiosamente, de nuevo como en Faster Than Light (el círculo se cierra), la frustración y el permadeath no ejercen como disuasorios para una nueva partida sino todo lo contrario. Volvemos a empezar y nos enfrentamos a la oscuridad con arrojo, deseosos de conocer y explorar, de indagar en suelos extraños y aprender nuevas lenguas. Y, sobre todo, de plantar cara al fantasma de la soledad y demostrarle que no nos asusta.