Llegado desde algún punto intermedio entre el god game clásico y el tower defense, Skyward Collapse nos arranca de nuestro limbo de producciones minimalistas con la contundencia de un juego de estrategia muy cercano el universo de los wargames de mesa. Argen Games pone sobre el tablero un juego de dimensiones gargantúicas, y sin embargo propicia, a golpe de tutorial y límpida interfaz, que este título se erija como experiencia más que accesible para todos los paladares. Bueno, casi.
Y no deja de ser una buena noticia, pues atendiendo a los muchos niveles de complejidad de Skyward Collapse, la otra opción bien podría ser una tollina en plena cara con un manual de instrucciones de la envergadura y el empaque de una colección de clásicos. Aún así no se lleven a engaño, pues el juego de Arcen Games sigue la estela de su AI War: Fleet Command (2009): por una parte, apuesta por un juego duro, complejo y sin dulzuras. Lo que podría sintetizarse en el odioso término hardcore. El segundo rasgo distintivo del equipo es el imbuir sus títulos de un aire especial, un carácter que desmonta desde dentro lo que aparentemente podría esperarse de sus juegos a juicio de un primer vistazo. Y en ese sentido, lo han vuelto a conseguir.
Si bien las capturas sugieren los más y los menos de un Civilization (MicroProse, 1991), la realidad es otra pero que muy distinta. De hecho nada tiene que ver el juego con ese género de referencia que es el 4X, optando por una vía quizás menos ortodoxa, pero tremendamente interesante por inexplorada. Digamos que Skyward Collapse es una loca partida de ajedrez divino, en la cual el jugador se sienta simultáneamente a ambos lados del tablero. Nuestra labor, colaborar en la construcción de dos incipientes imperios rivales, y ojo a esto, evitar que ambos lleguen a la mutua destrucción. Pero eh, no podemos controlar a las unidades. Y nuestra puntuación depende de los estragos causados por ambos bandos. FIESTA.
¿Cómo hacer nuestra voluntad, entonces? A través de la gestión de recursos, de la construcción y de la alteración del entorno. No importa mucho eso de ser un dios de dioses, la microgestión de una importante variedad de recursos será nuestra principal preocupación, así como el levantar, por rigurosos turnos, los distintos asentamientos humanos que ejercen de centros económicos y de producción. Y bélicos, claro. Con estos datos, se pueden hacer una interesante panorámica: Un escenario que gana piezas en cada turno; un conjunto de pueblos indomables, rebeldes, anárquicos. Una pléyade de criaturas mitológicas con idéntica inclinación a los destrozos. Y nosotros. Unos patosos dermiurgos aplastados por las dudas, y por el curso de unos acontecimientos que podrían resumirse fácilmente como un puñetero sindiós. Pero que muy disfrutable, oigan.
Quizás el único aspecto que realmente falla en el título es el descuidado aspecto técnico, y no en vano —pese a que me suelen importar un rábano estas cosas— la sensación de que se podría haber hecho mucho más con muy poco esfuerzo es permanente. A nivel visual el juego pierde (y mucho) en movimiento, con unas tristes animaciones carentes de cualquier tipo de gracia, que empaña la encantadora apariencia general, tanto de unidades, como de edificios y escenografía. La magia del juego de mesa que cobra vida puede venirse abajo ante la desidia vertida en esas animaciones a caballo entre el videojuego y el papel, pero no olvidemos que no es en absoluto un factor definitivo.
En todos los demás aspectos, Skyward Collapse supone una impresionante puesta a punto y una nueva vuelta de tuerca a premisas del videojuego clásico que son el blanco de una reinterpretación completa. La riqueza en cuanto a mecánicas jugables y las interminables posibilidades auguran cientos de horas de malabarismo imperial, y no pocos arrebatos con sus correspondientes momentazos rage quitter como colofón. Y quién sabe, igual con el tiempo consigan mantener el equilibrio suficiente como para superar las tres inabarcables eras…