Hace un mes P. abrió la puerta de la casa vacía de su madre, saludó al carpintero del otro lado de la calle, entró en el zaguán y sin quitarse las gafas de sol cogió la escopeta de dos cañones de detrás de la puerta y se voló la cabeza. El carpintero lo vio desplomarse, ya que P. ni siquiera había cerrado la puerta. El pasado Domingo B. volvía de pasear con su madre en una agradable mañana soleada. Entraron en el bloque de pisos y la madre se quedó regando las macetas del patio comunal. B. entró en su piso y se topó con su padre E. allí colgando de un cinturón apretado en torno al cuello, la cara morada como la piel de una ciruela. Esa mañana no quiso acompañarlas por alguna excusa banal, tampoco dejó nota. Hace justo un año S. llegó a casa resuelta a pasar página, dejar a su novio y seguir con su vida alejada de la dependencia obsesiva, de los brotes de violencia, de una relación tóxica. No ayudó que I. estuviese ya borracho a las doce de la mañana, así que comunicada la decisión éste la golpeó con sus puños hasta dejarla inconsciente boca arriba en el suelo. Se subió encima de ella, pasó ambas manos en torno al cuello y apretó fuertemente durante un par de minutos hasta que esta dejó de respirar. Luego prendió fuego al sillón y al sofá, cerró todo a cal y canto y partió ebrio de alcohol y muerte hacia su ciudad natal. ¿Deprimido? Bien, podemos empezar con The Cat Lady.
¿Ves?, la serie de truculentos sucesos que han sucedido en mi ciudad son espantosos, horror suficiente para que una única persona soporte tal experiencia una vez en la vida. Pero las obras de ficción tienden a focalizar en un mismo protagonista gran variedad de sucesos y eventos para poder sintetizar en una novela o en unas pocas horas «el horror», siendo éste el tema que nos ocupa, o en semanas más alegres, las emociones de vivir. En la serie de novelas Los hijos de la tierra (Jean M. Auel, 1980-2011) Ayla, la protagonista crogmanon, descubre el secreto del fuego, domestica a un lobo, doma a los caballos y más o menos descubre la agricultura ella solita. En la novela Tiempos de arroz y sal (Kim Stanley Robinson, 2002), los protagonistas pertenecen a un jati, grupo de almas afines que, reencarnación tras reencarnación, son protagonistas de los descubrimientos base de su civilización (una acronía): el descubrimiento de américa, la pólvora, la estrategia militar, el pensamiento igualitario. De la misma manera Ashley Ashworth, protagonista de The Cat Lady, focaliza en su piel todos los horrores que este sangriento thriller psicológico tiene en su inventario. Piensa en las claves del género: suicidio, asesinos en serie, body horror, tortura, sanatorios, drogas, el otro lado del velo como mundo de pesadilla. Todos esos elementos forman parte de la experiencia de Ashley, contrastados con la triste cotidianidad de un depresivo: soledad y el papel de pared ajado por el tiempo. No obstante el autor, R. Michalski, cita a Stephen King como fuente de inspiración (entre otras que no vamos a detallar aquí).
Es excesivo. La historia de Ashley Ashworth es tan terrible y ocurren tantas calamidades en su propia persona que casi rompe la suspensión de la incredulidad. Ashley es una «loca de los gatos», cuarentona, de rasgos flácidos y tetas caídas que sufre depresión clínica: sin alicientes para vivir decide quitarse la vida con una buena sobredosis de pastillas, sin más remordimiento que la sensación de dejar abandonados a sus gatos. Al otro lado del velo, un mundo onírico de pesadilla forjado a base de lugares comunes retorcidos por la sangre, el sacrificio y las máquinas, conoce a la Reina de los Gusanos, una terrorífica entidad en forma de anciana mujer. Sin saber si es un dios o la misma Muerte hace un trato con ella: deberá volver a la vida para buscar a cinco «parásitos» (asesinos en serie) y eliminarlos. Para ello le otorga el don de la inmortalidad y la promesa de que al término de su tarea recuperará la alegría de vivir. La cuestión es que Ashley apenas tendrá que investigar a dichos parásitos, será forzada a encontrarse con ellos de las peores de las maneras para así poder llevar a cabo su tarea, y a veces la muerte llama directamente a su puerta. Literalmente. En un momento llaman a la puerta y hay un asesino con un martillo. ¿Donde cabe la esperanza en un mundo donde la muerte acecha en el rellano de tu piso y cuatro de cada diez de tus vecinos padecen de una psicopatía?
The Cat Lady fue aclamado por la crítica en su día, con una puntuación de 81 en Metacritic y un 93% de comentarios Muy positivos en Steam. Pero, ¡ay!, es un juego muy imperfecto. Su «arte en alta resolución» ha envejecido pronto y mal. Es un juego feo y tosco de proporciones erroneas (diseñado para 4:3 pero hasta el material promocional está capturado a 16:9). Un collage monocromático deprimente con personajes mal dibujados y peor animados. La narrativa está repleta de diálogos y escenas interminables sin interacción posible por parte del jugador. El doblaje tiene picos de volumen (se nota que está grabado con pocos medios). A día de hoy continúan existiendo bugs que te cuelgan el juego. Y el control es un asco. ¿Cómo explicar entonces su éxito de crítica y público?
Hay que entender que está realizado en Adventure Game Studio, el sistema para realizar aventuras gráficas tradicionales. Pero The Cat Lady no se parece en nada a una aventura tradicional. El juego ha tenido éxito por dos factores importantes: Michalski ha doblegado la herramienta para sus propósitos, y además es un excelente escritor. A pesar de su tosquedad, el montaje audiovisual consigue el ambiente propicio para el terror. Es uno de esos juegos que a veces te obligas a jugar de día porque es insoportable por la noche. Michalski es un escritor brillante que logra enganchar al jugador sin importar la longitud del texto o de la escena: es un gran narrador que ha realizado una gran composición de personajes, diálogos creíbles con una actuación de doblaje excelente, y la capacidad para incluir humor, a veces ligero para romper la tensión en el momento apropiado, a veces negro a costa del sufrimiento de Ashley.
Es una historia de fuerte carácter femenino. Ashley y Mitzi, las protagonistas de la historia, son creíbles, personajes complejos con multitud de facetas detrás. Comenté antes las tetas caídas de Ashley, no es un desliz vulgar por mi parte, sencillamente cuando la conoces por primera vez es una mujer absolutamente deprimente y apática, flácida en todos los aspectos. Mitzi en cambio es joven y atractiva y su intrusión en la vida de Ashley hace que esta evolucione y se impregne de juventud, vitalidad y propósito, vuelve a estar guapa, vuelve a ser sexy, porque en el fondo siempre lo fue. Es un juego de mujeres, el resto de personajes femeninos tienen la misma construcción sólida, tienen amplios diálogos, tienen sus problemas, su propósito en su vida. En cambio los hombres no son más que meros bocetos esquemáticos, bobas marionetas para suplir los roles del género slasher y a la par supeditados a la fuerte personalidad de sus compañeras: el que no mata para su mujer, lo hace porque está fascinado por «la mujer», y los que no matan están a la deriva, sin rumbo debido a la ausencia de una mujer en sus vidas.
Parafraseando a mi compañero Kyuni en una discusión interna de Indie-o-rama (aquí las gastamos así): Walter Benjamin decía que toda obra de arte tiene un aura. Uno puede leer la mente no ya solo del autor, sino de toda una época; pero luego llegó el cine y por su carácter industrial lo había perdido. Es una idea superada pues la industria ha demostrado ser vehículo para que un autor se exprese convenientemente. Pero uno no puede dejar de ver una similitud entre los juegos sin alma de la industria triple A donde la autoría se difumina entre los cientos de trabajadores implicados, y los autores indies. Si pudiésemos utilizar esa capacidad semiótica de una obra de autor para calificar la calidad del mismo, se podría decir que Michalski es un autor cojonudo. The Cat Lady es una gran representante de nuestro tiempo, es una obra femenina que introduce la diversidad en los videojuegos sin ser condescendiente, ni explícitamente feminista. La violencia doméstica, la desesperanza del nuevo siglo, la lucha contra el cáncer, las relaciones interpersonales, la soledad, y las redes sociales, estas últimas bajo un prisma claramente optimista, como ayuda para romper la incomunicación y el aislamiento. Por último trata el tema de la depresión de forma rigurosa y seria, todo un precedente de la tendencia actual de obras como That Dragon, Cancer (Ryan y Amy Green), Actual Sunlight (Will O’Neill, 2013) o Depression Quest (Zoe Quinn, 2013). Sí, menciono esta última referencia a caso hecho para disparar las alarmas de los trolls. Si tu que me lees has llegado aquí para arremeter contra Zoe Quinn debes de saber que no eres bienvenido: The Cat Lady también tiene carne para ti: el juego aborda la problemática de los trolls, los pone en su sitio y los equipara a los parásitos; gente despreciable que se alimenta con el sufrimiento de los demás. Debes saber que en última instancia la Reina de los Gusanos te llevará y sin ti el mundo será un lugar mejor.