29 de julio, 2015

Toren
Swordtales
2015
Aventuras
PC, PS4
http://toren-game.com/

Toren

No sé mucho sobre la cultura o mitología brasileña. Lo poco que hemos visto todos en Los Simpsons, los clichés que compartimos de países lejanos y las comilonas en rodizios que me meto de vez en cuando. Soy, a todos los niveles, un completo ignorante. Así pues, enfrentémonos a Toren, un juego creado en Brasil con, dicen, tintes de su mitología y cultura. Exacto. Todo eso que desconozco.

Podríamos desgranar los problemas de Toren, que son unos cuantos, en diferentes apartados. Mecánica, historia, narrativa… etc. Hablemos, primero, de las cosas que hace bien el juego. Y lo que mejor hace es empezar. En sus primeros compases, en sus imagenes y, sobre todo, en el aspecto promocional de su protagonista, Toren recuerda a un cuento del Estudio Ghibli y, por defecto, de Hayao Miyazaki. Esos personajes femeninos, de Nausicaä a Mononoke, de Chihiro a Ponyo, que crecen frente a la adversidad. Un relato de maduración.

Empezamos en la parte baja de una torre. Somos un bebé. Y tenemos que andar. El tutorial es así de simple, así de efectivo. Rápidamente crecemos y debemos escalar la torre para enfrentarnos a un dragón y liberar a la humanidad de su maldición. Hay una estatua de un mago, o el mago mismo petrificado, que nos da órdenes, consejos o nos relata qué ha sucedido. Es todo bastante caótico. No ayuda la narración onírico ni los textos cortos y confusos, a modo de Paulo Coelho (sabía que lo podría meter en algún lado).

Así que empezamos a subir la torre. Y comienzan los problemas. El salto es poco menos que atroz, las plataformas son un sota, caballo, rey y hay escenarios oníricos -lo sé, esta palabra la voy a repetir mucho, pero ¡es así!- bastante ramplones. Es interesante, sin embargo, ver crecer a nuestra protagonista, de niña a adolescente embadurnada de sangre a mujer con una espada mellada. Tiene, también, un gran momento de inspiración: morimos, no porque hayamos metido la pata, sino porque debemos morir, para así volver a nacer reencarnados en un bebé. ¿Cuántas veces hemos estado haciendo eso? ¿Cuántas veces lo volveremos a hacer? Sería muy interesante si el juego se plantease todas esas preguntas. No lo hace.

Acaba siendo un juego corto, mal aprovechado. La gran batalla final entre un dragón, un caballero y nosotros, la niña-adolescente-mujer, es aburrida y tediosa. Las mecánicas aquí son totalmente pasivas: tenemos que esperar, movernos, esperar, movernos. Así, unas cuantas veces, hasta que conseguimos lanzar al dragón por un precipicio. Esto, si no has sido muy inútil a lo largo del juego, y es difícil serlo, ocurrirá a las tres horas de haberlo empezado. Al final, lo único que queda es una sensación de inconclusión, de vacío. «¿Ya está?», me preguntaba mientras veía pasar los títulos de crédito. «¿Pero qué me han querido contar?, ¿de qué iba todo esto?», también he pensado. Me quedo confuso.

Entonces me planteo si la culpa es mía, si no he entendido algo. O si debía venir con los deberes hechos de casa. ¿Será por todo ese folclore brasileño que me han dicho que tiene? Si bien las leyendas sobre torres erigidas hasta tocar las nubes, la soberbia humana, los dragones y el romance entre el Sol y la Luna son cosas bastante universales. Entonces, ¿será culpa de una clara falta de narrativa? ¿Me han contado bien la historia que me querían contar?

El juego no da tanto para hablar de él como para preguntarse un buen puñado de cuestiones a tener en cuenta para el futuro. También da bastante lastima. Quizá por la inexperiencia del estudio o por falta de producción, el juego no ha sido todo lo que debía ser. A lo mejor funcionaba mejor siendo más Tower of Druaga y menos Ghibli. No es una cuestión de que parezca un juego del comienzo de la Playstation 2, ya ves tú qué problema este, sino que en movimiento es molesto. Las animaciones son muy mediocres y, pese a lo bonito del entorno, los detalles fallan por doquier. Es una postal muy bonita, pero no una ciudad que quisieses visitar.

Solo me queda, entonces, la decepción. Es una pena. Una oportunidad desaprovechada. Me quedo, pese a todo, con el nombre del estudio: Swordtales. Dadles tiempo, dadles paciencia. Veamos qué pueden hacer en el futuro. Por Toren ya no podemos hacer nada más que mirarlo y lamentarnos.

Acerca de Diego Freire


Pequeño burgués posmoderno, cuyos placeres poco culpables son las películas de hostias con machos alfa, las novelas pulp con mujeres ligeras de ropa y quedarse en casa mientras la gente va a conciertos. Podéis leer más desvaríos del muchacho en su portfolio.

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