El estudio sueco Starbreeze nos trae un juego que se aleja bastante de sus pasos hasta ahora. Nada de Riddicks o agentes cibernéticos con mil habilidades diferentes: en Brothers: A Tale of Two Sons nos sumergimos en un cuento sin más, tal como reza su título. Una historia sencilla con sabor a Edda nórdica, una de tantas que bien podrían haberse narrado al calor de una hoguera en el claro de un bosque. Como piedra angular, el tópico añejo y versátil de la búsqueda del objeto maravilloso, en este caso la cura mágica para la enfermedad de un ser querido. Y el viaje, siempre el viaje.
En un mundo que intuimos que puede ser el nuestro (aunque el lenguaje que hablan los personajes, irreconocible, nos hace dudar), dos hermanos emprenden su camino para hallar la fuente de la vida escondida en el corazón de un árbol milenario, lo único que puede curar el mal que consume a su padre. Tendrán que cooperar entre sí para solventar los obstáculos, y esto se traduce, para quienes estamos tras el mando, en que tendremos que combinar sus habilidades para resolver los puzles de la aventura. No alternando su manejo, ojo; la gracia de la mecánica consiste en ese a la vez planteado de forma literal. En PlayStation 3 (la versión que hemos jugado), uno de los joysticks del mando está asignado al hermano mayor y el otro al menor, creando así la impresión de un juego cooperativo para una sola persona. La idea es bastante curiosa y sirve para que comprobemos (o constatemos) si realmente tenemos un serio problema de coordinación entre hemisferios.
Los medios especializados, encantados con eso de colgar etiquetas fácilmente reconocibles, no han dudado en incluir a Brothers: A Tale of Two Sons en el selecto club regentado por Journey (Thatgamecompany, 2012). Ése de los juegos contemplativos, por decirlo así. ¿Cuál es el argumento para esto? Que se centra en contarnos una historia emotiva, nos dicen, siendo ésta base y justificación para todo lo demás. Nadie que se embarque en la aventura puede dudarlo, desde luego: los puzles, que no entrañan dificultad, son instrumentos en segundo plano al servicio de una narración donde los sentimientos están a flor de piel, capaz de atraparnos con esa ausencia de palabras que refuerza la expresividad de los gestos. ¿Pero realmente estamos en el punto en que esto se considera excepcional? ¿No deberíamos haber superado ya esa barrera?
Brothers: A Tale of Two Sons es una historia excelente desde su sencillez, con pretensiones muy claras y nada grandilocuentes, pero no puede considerarse una excepción o un rara avis en su género. Muchos otros títulos juegan con elementos similares: podemos empezar por el citado Journey y remontarnos hasta Shadow of the Colossus (Team ICO, 2005), con bastantes paradas por el camino. Historias en las que los sentimientos que nos llegan por asimilación, sin artificios, son los protagonistas. El hecho de se haga hincapié en este uso de la emotividad (y no sólo los medios; la propia Starbreeze emplea este argumento como reclamo) como algo novedoso, y más aún, el empeño en utilizar la autoridad del séptimo arte como referente, resulta innecesario a estas alturas. Pero es lo que nos vende su director, Josef Fares, en esta cita de la página oficial. Un hombre curtido en el cine cuya mano, sin duda, debe de haber sido trascendental para conseguir el magnífico acabado de este título, pero al que podríamos mandar a empaparse un poco más de la realidad del videojuego para que no crea haber descubierto el eslabón perdido.
Que no os lleve a engaño esta pequeña diatriba. La historia de Brothers: A Tale of Two Sons es impecable y el juego merece cada una de sus horas, pocas pero bien aprovechadas. El verdadero regalo que nos ofrece no está en el argumento, sin embargo, sino en su entorno. La ambientación es una maravilla que puede llegar a sacar alguna lagrimita a los amantes de los parajes nórdicos, y especialmente a quienes sientan devoción por la mitología. Las criaturas salidas directamente del folclore y numerosos elementos de fondo nos contarán historias paralelas, remitiéndonos a un tiempo mítico enraizado en todo lo que nos rodea. Es un decorado que nos absorbe inevitablemente. De hecho, la espontaneidad con que nuestros protagonistas van descubriendo esos misterios de su mundo, como si fueran cosas de lo más naturales (y en un sentido estricto del término lo son), interacturando con ellos y mostrando su fascinación igual que nosotros, contribuye a darle un encanto especial a un juego de por sí delicioso a nivel visual.
Un interesante giro éste de Starbreeze, adentrándose en nuevos terrenos. El mundo del videojuego necesita más cuentos y los necesita de este tipo, a ser posible. Historias con tópicos bien construidos, donde lo bello y lo amargo se entremezclen, y el sentido de la maravilla aflore a cada paso que demos.