Bajo mi punto de vista, el ser humano por defecto tiene un valor de cero. Cada creación o producto único del individuo aumenta la cifra a uno. Es la creatividad lo que le independiza del resto, y es por ello que toda creación debe de ser tan válida como las otras. La obra, esa espontánea chispa en la vida del ser, una huella en su historia.
Me imagino el sentimiento de un padre al recibir el dibujo del hijo, normalmente un garabato que con un poco de esfuerzo —o preguntando directamente— cobraría significado. Ese mismo sentido es el que debemos implementar en cualquier otra obra, ya que debe de considerarse única, un regalo a la humanidad, como el del niño entregando el dibujo al padre. Es precisamente por ello que ha de obtener el mismo valor que cualquier otra. Es la diferencia técnica o representativa la que debe valorar la obra y otorgarle el título que los observadores creen, por poner un ejemplo, a las obras magnas de Velázquez; pues siendo su arte naturista una gran obra, puede ser a mis ojos una mera representación más. Igual que la última película de ese director tan famoso o el videojuego de aquel desarrollador español.
Tan interesante es cualquier creación de la mente humana, que cada composición es un nuevo descubrimiento de los límites del hombre, y por tanto defiendo la libre disposición de las herramientas que harán que el medio muestre otras perspectivas. Son los desarrolladores independientes los que, indistintamente del mensaje u objetivo de su producción, merecen ser contemplados con admiración. Podían haberse conformado con la nada frente a convertirse en un todo, podían haber limitado su creatividad y no haber ingeniado un nuevo puzle, al igual que aquel hombre que ideó la rueda.
Aún así, es irrelevante la técnica o la herramienta en comparación al mensaje y la emoción que el creador quiere difundir. Es indiferente que se presente la guerra con figuras geométricas o con el último motor gráfico, da igual que la historia sea nula y esté enfocada al juego o si nuestro rol es el de un asesino en serie, pues la finalidad es lo que cuenta: la creación, el tránsito, el proceso, la transformación binaria. Con esta regla de tres, cualquier contenido creado siempre aporta ese uno; siempre es positivo porque al fin y al cabo es una aportación a la historia del arte, hay que observar toda novedad con este prisma para no caer en la desgracia de la crítica burda, la opinión de las antisecuelas, de las copias, del todo. Porque todo puede ser uno.