31 de enero, 2014
Disfruta. Juega. Piensa

Siempre hay algo escondido en todos y cada uno de los juegos de los que disfrutamos en nuestra vida. Alguna referencia, alguna cita o cameo de alguna figura importante dentro de algún ámbito cultural, o algún planteamiento poniendo de manifiesto ideas o conceptos elaborados por mentes inquietas. Pueden aparecer implícitamente, o simplemente, estén bastante más expuestas de lo que aparentan. Solo hay que fijarse un poco, con más detenimiento, en ciertos detalles solo a vista de unos pocos.

No hay que irse muy lejos. The Stanley Parable nos presenta multitud de detalles que podemos observar desde diferente perspectivas, y cada una nos llevará a una interpretación diferente de lo que vemos o hacemos. Concretamente, desde el punto de vista de la física cuántica, podemos vislumbrar detalles que nos llevan de forma directa al planteamiento de conceptos arraigados profundamente a dicho campo. Esto no debería extrañarnos, ya que dicha rama de la física está, a día de hoy, bastante asimilada por la sociedad en general. Más de cien años pasan ya desde que Max Planck propusiera el concepto de «cuanto» para dar una nueva —y definitiva— explicación al problema de la «catástrofe ultravioleta» (también conocido como «catástrofe de Rayleigh-Jeans»). Como tantas veces sucede en física, la explicación que se aplicaba a ciertos fenómenos de radiación se ajustaba a lo predicho para bajas frecuencias, y sin embargo se iba de madre (tendía a infinito) en altas frecuencias. La teoría de Planck proponía que la energía se radia en forma de paquetes discretos a los que denominó «cuantos»; es decir, la energía sólo podía tomar valores discretos, múltiplos de una energía fundamental. A partir de ese momento, tomó forma una de las teorías físicas más sorprendentes que se conocen.

Pero donde se llegan a tocar esta teoría y The Stanley Parable es, sin duda, en el problema de la elección. La física cuántica es un mundo lleno de probabilidades y elecciones. No en vano Richard Feynman, uno de los físicos más influyentes del siglo XX, postuló que en este marco de la física, un electrón que viaja desde un punto hasta otro elegiría hacerlo a través de todas las trayectorias posibles (¡hay infinitas!). Este concepto no es nada liviano, ya que da origen al concepto de universos paralelos tan cotidiano hoy en día a oídos de cualquiera mínimamente interesado en la física moderna. Para Stanley, el momento de la elección se presenta bien al comienzo de la historia, en un punto en el que se nos da a elegir entre dos posibles rutas a seguir. A pesar de las instrucciones que puedan darnos, la elección es libre. Sin embargo, el hecho de decidir podría estar creando un desdoblamiento del universo, y en cada uno de estos universos formados escogemos un camino diferente de entre los posibles. En cada elección, tomada de acuerdo o en contra con lo que dicte el narrador, podemos estar cambiando todo el universo a nuestro alrededor.

Podemos ir aún más lejos y enlazar perfectamente este concepto con el de función de onda asociada a un sistema cuántico. Dicha función pone en relación, mediante una combinación lineal, las diferentes posibilidades por las que puede evolucionar un sistema. El ejemplo más claro y difundido es el del famoso gato de Schorödinger, el cual, antes de abrir la caja en la que se encuentra, está en un estado que es combinación de las dos posibles situaciones a encontrar: vivo o muerto. Podríamos decir que, antes de abrir la caja, el gato está vivo y muerto a la vez. Solo es al abrir cuando descubrimos su estado real, haciendo que la función de onda colapse, pasando a depender tan sólo de la variable escogida por el sistema. El paralelismo es equivalente. Stanley, antes de escoger la puerta, se encuentra en un sistema que es combinación de las dos posibilidades presentadas. En ese instante se encuentra dispuesto a tomar ambos caminos a la vez. Sin embargo, el hecho de escoger uno de ellos, hace que la función colapse, haciendo desaparecer el camino no escogido.

Hay multitud de interpretaciones para la física cuántica, las cuales ponen de manifiesto el carácter perturbador de esta teoría en las mentes de principios del siglo XX. Una de ellas, en relación a lo comentado anteriormente, puede aplicarse de una forma bastante aceptable. Se trata de la «interpretación de Copenhague», llamada así por ser la ciudad en la que residía Niels Bohr, autor de la misma (junto con otros científicos). Dicha interpretación dice que no podemos realizar una observación sin afectar al sistema, de forma que lo que ocurre mientras no observamos nos es completamente desconocido. Así pues, si Stanley escoge el camino de la derecha, no sabremos nada del otro camino. Ni siquiera si existe.

Materia interesante o no, lo que quiero recalcar es que no es difícil relacionar aspectos de según que juegos con la materia que nos interese. Esto nos obliga ineludiblemente a hacernos algunas preguntas: ¿son acertadas estas relaciones? ¿O acaso simplemente estamos buscándole los tres pies al gato? Como casi todo en esta vida, depende de los ojos con que se mire. Cada uno de nosotros imprime unos valores diferentes a su forma de actuar cuando de ponerse ante los mandos de un videojuego se refiere, haciendo que la escala de valores a determinar en ese momento esté bajo el absoluto control de cada uno de nosotros. Jugar, pensar y disfrutar, en ese estricto orden, podrían ser la prioridad para más de uno, haciendo de la experiencia de juego algo totalmente diferente para alguien que imprime la palabra disfrutar por delante de la de pensar, incluso sobre la de jugar. Cada uno de nosotros buscaremos aspectos diferentes en un juego, con tan solo tener en cuenta la simple permutación de tres palabras. No hay combinación correcta, en todo caso; la correcta es la que permanezca más acorde con nuestros gustos o nuestra forma de ver el juego en cuestión, y en este mundo indie en el que nos encontramos, disponemos de muchas más oportunidades de exprimir y reutilizar dicha escala de valores.

Quizás el principal problema que esto deriva es el realizar algún tipo de crítica basándose completamente en tu criterio y olvidando que no todos tienen porque compartirlo. Que un juego puede presentar sencillez para algunos y extrema complejidad para otros, pero sin que esto tenga que desmerecer la opinión de los primeros. Personas que abogan por un disfrute antes que atribuir cada uno de los pasos de nuestro protagonista virtual, o detalles de su entorno, con sesudas interpretaciones basadas en completos estudios de cierta materia, y de paso, arriesgarnos a aburrir hasta a las ovejas.

Ninguna visión de algún juego es completa en absoluto. Cada uno de nosotros puede aportar un punto de vista, complementario o no, y seguramente nunca acabaríamos de contemplar aspectos diferentes en cada una de las opiniones. En la diversidad está el juego.

No quisiera yo acabar aburriendo bovinos, si no lo he hecho ya a estas altura del texto, en cuyo caso pido disculpas ante tan nobles animales. Pero dando una apreciación personal de todo esto, la palabra disfrutar nunca debería posicionarse por detrás de ninguna otra a la hora de probar algún nuevo videojuego. Por supuesto, una vez disfrutado, la permutación de dichas palabras pueden darle más vida al susodicho, pero nunca se debería realizar con el objetivo de imponer un sofisticado —y puede que innecesario— punto de vista sobre otros más simples, y quizás, más efectivos. No hace falta saber física cuántica para disfrutar de un juego, sea el que sea, y nadie debería tratar de convencernos de lo contrario. Ya lo decía el gran Feynman: «las opciones a elegir son infinitas».

Acerca de Locke


Eterno nostálgico, siempre a la búsqueda de nuevas sensaciones. Sígueme en Twitter... o quizás no.

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