Diario de a bordo. Día: ya ni lo sé. Lugar: algún punto del Universo. Llevo demasiado tiempo vagando por ahí, y es la primera vez que me paro a escribir lo que me encuentro cada vez que estoy aquí fuera. No sé si esto llegará a las manos de alguien alguna vez, como el mensaje de esa antigua botella que arriba desde lo más recóndito del océano a las manos de un afortunado desconocido que pasaba por allí. De ser así, desconocido, estás a punto de leer las aventuras y desventuras de mi pobre e insignificante presencia en el espacio. En el frío, oscuro y solitario espacio.
Orbital Gear
¿Hmmf? Mis oídos están taponados con un silencio intenso, grave y antiguo, que da vértigo.
Abro los ojos, pero no veo nada. Sólo una oscuridad igual de intensa, grave y antigua.
Siento en la piel el frío del metal típico de los exoesqueletos mecha. De pronto, un rayo rápido de luz ilumina con su estela una zona cerca de mí y, antes de comprender dónde estoy, mi cuerpo comienza a moverse sin mi consentimiento hacia adelante, hasta que mis pies dan con suelo firme.
En ese instante, mi instinto animal crece y noto el peligro. Sé que debo huir, entiendo que vienen a buscarme.
Hago inventario: doce armas, perfectamente nuevas, listas para defenderme. No sé quién me ha traído aquí ni por qué, pero no pierdo ni un instante en intentar adivinarlo y doy gracias por tener, al menos, herramientas para hacer frente a mis enemigos.
Un rayo igual que el anterior me roza el metal del hombro; esta vez ha estado cerca.
Corro por la superficie del planeta que me sujeta y, por fin, veo a mi enemigo. Mis engranajes mecánicos me permiten saltar lo suficientemente fuerte como para separarme de la gravedad y, surcando el infinito espacio exterior, apunto y disparo mi rifle. ¡Bum!, justo en el muslo. Aterrizo en otro planeta cercano, sonriendo. Esto no ha hecho más que empezar, pero al menos hemos avanzado algo. Recargo mi arma y empiezo a correr de nuevo.
Así, de lleno, he entrado en una batalla de alto contraste, donde la dureza del combate no hace que la belleza del espacio se me pase por alto. Espectaculares paisajes y colores increíbles se deslizan ante mis ojos mientras libro mi liza contra otro mecha. Sorteo obstáculos y entiendo que mi modo de avanzar es jugar con las gravedades de los planetas que tengo a mi alrededor.
Todo comienza a ser divertido: jugar al pilla- pilla dentro de un robot en el espacio no puede no serlo, ¿verdad? Aunque nunca debo olvidar que he de seguir con vida después de esta. ¿Quién sabe dónde me despertaré mañana?
Luna’s Wandering Stars
De vuelta al trabajo. Me encuentro a los mandos de una nave con una misión tan clara como tradicional: buscar y encontrar oro alrededor de los planetas, además de, por supuesto, echarlo a la saca. La preciosa Vía Láctea se extiende ante mis ojos, un escenario bien cuidado que empieza a ser ya bastante familiar.
La suerte me rodea, y en esta aventura me guían bastante bien. Además, me ponen un hilo musical por el transmisor, muy ameno, que mantiene mi ánimo alegre y aumenta mis ganas de trabajar. Hay veces, no obstante, cuando mis habilidades de balanceo entre la física, la cuántica y los reflejos en el teclado no están suficientemente finas, que no logro entender si lo que me infunden son ánimos o es la burla de alguien que se lo pasa bien viendo cómo estrello una y otra vez asteroides contra los planetas.
La dificultad va incrementándose a medida que avanzo; noto pesar cada vez más el trastero de la nave. Cada planeta tiene una gravedad diferente, la cual, gracias a la tecnología de la que dispongo, puedo modificar en ocasiones para variar el rumbo de mi asteroide. Manejar los cuerpos celestes desde mi nave resulta cada vez un poco más complicado: la puntería debe ser muy justa, y predecir el movimiento y las rotaciones que debo generar para recoger el oro puede llegar a ser exasperante en ocasiones. Sin embargo, todo el mundo necesita un reto de este estilo alguna vez en su vida. Y yo, por oro, lo haría más de una.
Habitat
Llevar este traje espacial está resultando bastante incómodo, pero la mala suerte, o quién sabe qué, hizo que en el transbordador no hubiera otro de mi talla. Cada vez más a menudo, debido sobre todo a la acumulación de horas enfundado en este estrecho y maloliente compañero, tengo que parar e intentar calmar los nervios. Tratar de disipar la tensión acumulada. Es en estos momentos en los que la desolación se apodera de mí, al tomar conciencia del escenario en el que me muevo: un auténtico vertedero espacial, en el cual, no me cabe la menor duda, la entropía ha cumplido bien con su labor.
La basura se reparte toda a través de todo el espacio posible sin un orden aparente. La visión de semejante paisaje me revela la asombrosa homogeneidad presente en el desorden. Y más allá de los desperdicios puedo distinguir la silueta de un planeta que me resulta muy familiar: la Tierra. Tan cerca, tan lejos. Sin duda, el paisaje no es nada alentador.
Me costó adivinar qué hacer en tales condiciones, tras despertar hace apenas ocho horas en el interior del abandonado transbordador, pero de nuevo el instinto de supervivencia me puso en movimiento. El problema es la basura; no obstante, en una de esas ironías del destino, también es la clave. Entre tanto desperdicio seguro que puedo encontrar algo que aprovechar para mi incierto futuro, me dije. Y así me vi, saliendo del transbordador para recoger y aprovechar todo tipo de desecho. Lo más curioso es encontrarse con lo más dispares objetos orbitando: estatuas, autobuses, estructuras de viejos edificios, anuncios… el catálogo es tan largo como sorprendente.
He encontrado avituallamiento, reservas extra de oxígeno e incluso armas. Un escalofrío me recorrió cuando di con aquel cañón de protones, apenas usado pero listo para ser disparado: no tanto por la violenta naturaleza del arma como por la alta probabilidad de que me vea obligado a emplearlo. El día termina cuando acabo de ensamblar un retrocohete perdido de algún otro transbordador. Parece tener marcas de disparos, y eso me devuelve los escalofríos. Respiro profundamente mientras lo observo con detenimiento, como si esperase a que me contara su historia, pero antes de que pudiera siquiera empezar me doy media vuelta y me dirijo hacia la escotilla. No puedo evitar una mirada de reojo a la Tierra antes de entrar. Debo dedicar unas horas a descansar y continuar preparándome, aunque no sepa exactamente para qué…
Solar 2
Oscuridad. la sensación es de estar suspendido en mitad de la nada, y la misma nada es todo lo que alcanzo a ver. Un destello. Intento seguirlo, pero es demasiado rápido. La espera se hace eterna, pero curiosamente no me molesta, todo lo contrario. Tan solo espero.
Sin avisar, empiezo a distinguir algunos puntos en la lejanía. Me rodean, y poco a poco van llenando los alrededores. Movimiento. Lento pero preciso. El saber a dónde y el cómo se vuelve algo insustancial; tan solo me dejo llevar. Una colisión. Otra, y a su vez empiezo a notar que mis límites se expanden. Cada contacto pasa a formar parte de mí, y en mi interior ansío más colisiones, más contactos. Noto que no estoy solo, y cierta sensación de competición empieza a aparecer.
La gravedad se hace notoria y paso de tener una forma indeterminada a poseer una geometría esférica. Las colisiones no cesan. Mi cuerpo es rocoso, pero albergo bastante agua en mi superficie. Pasan millones de años en un parpadeo y en mi interior la vida se empieza a abrir paso. La evolución hace acto de presencia, y los siglos, acompañados de los avances tecnológicos, hacen que esta civilización se expanda más allá de mis límites físicos. Exploran los alrededores, y sobre todo, defienden su hogar -yo- de posibles amenazas como nuevas colisiones o sociedades provenientes de cuerpos similares. Pero mis ansias de crecer, de expandirme, no están saciadas… Con determinación, hago parte de mí todo cuerpo que entra en órbita estacionaria a mi alrededor, aunque ello conlleve la extinción de civilizaciones enteras.
Destrucción. He alcanzado el límite. La masa acumulada es lo suficientemente grande para replegarse sobre sí misma. Fusión. Empiezo a brillar con intensidad. La civilización que creció en mí hace millones de años que me abandonó. Una parte de ella murió debido a las guerras; la que quedaba huyó hacia el espacio profundo. En cualquier caso, forman ahora parte de las estrellas, y yo me estoy transformando en una, pequeña aún, pero brillante.
Expansión. Sin límites, ahora comprendo que no puedo hacer ninguna otra cosa, tan solo crecer para brillar más, tanto que todos, en los confines de este universo, se percaten de mi presencia. Miles de millones. Miles de años. Pasan sin esperar a nadie, sin pausa pero sin prisa; y casi sin darme cuenta, soy una de las estrellas más grandes de este firmamento, devorando planetas enteros, sin que nadie pueda frenar esta vorágine, hasta que mi estructura interna empieza a cambiar. Algo va a ocurrir.
Miedo. Desconozco lo que va a ocurrir, pero intuyo un final y no puedo evitar temerlo. Miro alrededor. El universo parece tan antiguo, siempre en continua renovación. Entiendo que mi vida como estrella llega a su fin. Un ciclo tan natural como la existencia de todo lo que me rodea. Todo en continuo movimiento, formando estrellas, planetas, galaxias… para después separarse de nuevo y volver a empezar.
Interior. Miro hacia él. Es increíblemente brillante. En un nanosegundo toda mi estructura cambia. Muero como estrella, pero sorprendentemente aún sigo aquí.
Oscuridad. Todo ese brillo interno ha desaparecido, en su lugar solo hay oscuridad. Una densa y profunda oscuridad como nunca había visto en los confines de este universo; y ahora más que nunca mi hambre es atroz, incontrolable. Sistemas enteros caen en mis fauces para desaparecer por siempre jamás, expandiendo a la vez mis terribles límites. Por primera vez el tiempo parece avanzar más rápido de lo normal. Todo a mi alrededor va desapareciendo engullido por mí, y sin embargo quiero más. Todo lo que esté a mi alcance. De ente destruido me he transformado en feroz destructor, y nadie me impide llevar a cabo mi labor.
Oscuridad. Esa era mi última intención. Mi ultimo deseo.