06 de septiembre, 2016
Artículo indiespensable
Indiespensable

No man's sky
Hello Games
2016
Exploración espacial
Digital, físico
www.no-mans-sky.com/
No man's sky
No Man´s Sky

Hoy es el día en que me marcho de Jamdara Inleu. O al menos, es lo que pretendo. En la práctica no tengo por qué esperar más: he reunido los materiales que necesito para un viaje sin complicaciones, he explorado todo lo que parecía explorable. Solo debo escoger el rumbo y lanzarme de nuevo a esa incierta senda que me llevará, eso me han dicho, al centro del universo. Sin embargo, miro a mi alrededor y no lo veo tan sencillo. El arraigo, la sensación de pertenencia, me anclan al suelo; me impiden levantar la mirada y anhelar otra cosa que no sea descubrir nuevos parajes en ese horizonte erizado de montañas.

Jamdara Inleu no es el primer planeta que visito. He dejado otros dos atrás, un poco a trompicones, para qué negarlo. Mis comienzos fueron deslavazados, indecisos. La comunicación con aquel entorno al que me arrojaban sin previo aviso resultaba extraña: no entendía qué esperaba de mí, cómo debía reaccionar a esos guardianes seguramente hostiles que rondaban a mi alrededor (¿lo eran? ¿había que disparar, no?). Cómo tenía que interactuar con lo que parecían criaturas que pastaban lejanas, ajenas a mi presencia. No tardé en percatarme de que era yo la intrusa, como han tenido a bien recordarme las criaturas alienígenas cada vez que cruzamos palabra. En el momento en que dejé de buscar con ansia el estímulo, el camino trazado y la bandera marcando el objetivo, advertí el orden. Todo lo que me rodeaba, ya fuera naturaleza o mecánica, no hacía sino fluir desde un tiempo inmemorial. Un eterno devenir con el que yo solo podía entablar diálogo, pronto me di cuenta, desde la humildad.

Somos demiurgos y somos espectadores. Somos viajeros en el sentido más esencial de la palabra, polvo estelar en el camino. Se nos despoja de protagonismo, aunque se nos hace creer que el destino se configura cada vez que entramos en la órbita de un planeta. Un constructo equivalente a una palmadita en la cabeza a nuestro ego. Nada más aterrizar, en el momento en que descubrimos qué clase de atmósfera o de terreno nos ha tocado en suerte, la inmensidad nos abruma, nos empequeñece o directamente nos debilita. El poder que se nos autoriza a ejercer sobre el entorno no es más que una minúscula molestia, un pinchazo que el planeta podría rascarse si quisiera, quizás si lo hubiera escrito Stanislaw Lem. Por supuesto, no le merece la pena. Nos permite jugar a explorar, a catalogar y a seguir las huellas ontológicas de seres que ya horadaron su piel mucho antes que nosotros, quién sabe cuánto tiempo atrás. Por si nos quedara alguna duda de nuestras insignificancia.

La eternidad y la permanencia nos golpean, y también lo efímero. El abismo que nos devuelve la mirada no lo hace desde lo alto de los riscos, ni siquiera cuando nos asomamos a esos marjales descuidados y de aspecto tenebroso donde criaturas, ahora sí decididamente hostiles, nos acechan. Lo hace, más que en ninguna otra cosa, a través de las naves abandonadas, de sus anónimos tripulantes desaparecidos. Ni siquiera somos capaces de definirlos: «la criatura», «el ser», son los nombres habituales con los que nos referimos a ellos cuando inspeccionamos sus naves. ¿Qué le ha sucedido al pobre diablo para acabar estrellado de esta manera? Nos aventuramos a dar una explicación, pero no hay cuaderno de bitácora que nos refute; ningún holograma aparece de súbito para tranquilizarnos. Intuimos la historia, su concepto, pero solo podemos darle forma vacilante, como una sombra, y eso es lo que nos inquieta. Tan sólo restos, conjeturas, silencio. Y la certeza de que podemos estar viendo un adelanto de nuestra propia elegía, muy lejos de allí, en algún momento.

He disfrutado de los largos paseos sin destino en Jamdara Inleu, de contemplar las manadas de criaturas y su parsimonia, unicamente esforzándose por ser. De repente, alguna destaca por ser ligeramente diferente a las demás: una nueva especie camuflada que registrar, cuando ya creía tenerlas todas. He disfrutado de los colores cambiantes, de las estaciones que parecen encadenarse con eslabones invisibles cuando recorro el planeta de una punta a otra. No han sido pocas las veces en las que he dejado aparcada la nave y he salido a caminar tan solo por el placer de hacerlo, a sentir el despliegue de la naturaleza justo frente a mí, o a sumergirme en los inmensos lagos que parecen portales de entrada a su propio submundo. Y, bueno, tengo que hablaros de mi Moby Dick. No me he esforzado demasiado en el símil: se trata de una criatura que vi sobre mí en cierta ocasión en que levanté la mirada, una especie de ballena voladora, oscilando elegante entre las nubes. Se perdió detrás de una cordillera antes de que pudiera apuntarle con el escáner y no la he vuelto a ver. Quizás no ha sido más que una ilusión, quién sabe. También aquí están permitidos los espejismos. Pero me cuesta pensar en marcharme sin estar segura de ello. Akhab nunca lo haría.

Algunas naves comerciales o militares vienen y van, y entablo conversación con sus tripulantes, con mayor o menor éxito. Me ha costado mucho alejarme de una enorme base con varias dársenas, en la que me quedaba largo rato esperando a que llegaran. Otras naves son estelas veloces que rasgan el horizonte sin detenerse, en pos de su propia ballena blanca, ese centro del universo al que se supone que debería encaminar también mis pasos. Otros planetas me esperan, puede que algún enfrentamiento, dicen. Los objetivos que me repito, que me han repetido, suenan grises a mis oídos; vacíos en comparación con la miríada de colores que me ha acariciado al cruzar algún pasaje subterráneo en estos días. Perezosamente hago recuento del inventario, observo la baliza localizada en un nuevo cuerpo celeste. Oriento la mirilla hacia ella. Pero ¿seguro que esto es todo? Un nuevo escaneo, solo un momento. El último, me prometo. Un vistazo rápido, y he aquí que un nuevo destino sobre la superficie de Jamdara Inleu, quizás insignificante e idéntico a tantos otros, aparece en la pantalla. No puedo resistirme a descubrir su historia.

Hoy es el día en que me marcho de Jamdara Inleu. Ya va siendo hora, supongo. Pero vais a disculparme si aún me lo pienso un poco: nunca es fácil separarse del hogar.

Acerca de Scullywen


Una especie de bundle friki con patas: videojuegos, rol, juegos de mesa con muchas piececitas de colores, ciencia ficción y fantasía a tutiplén, cómics, series de esas que no tienen audiencia y pueblan los sueños húmedos de Joss Whedon... También escribo cosas, y a veces lo hago con las manos. Y con un gato encima del teclado.

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