Escribo, para quien me quiera leer, en las raídas páginas que aún le quedan a mi diario de a bordo. Escribo para avisar al nuevo capitán que me suceda, escribo al nonato que viajará por este mer oscuro, de bestias salvajes, dioses ignotos e islas por explorar. Temo que la muerte esté cerca. No vemos costa. Llevamos sin ver costa desde hace muchos días. Se acerca el verano. Lo noto en el viento, en la brisa, hay un olor en el aire que debe de ser similar a esos recuerdos de sol y calor que traen marineros más avezados que yo. Ahora, la noche es continua. Estamos en este mer sin piedad, en esta oscuridad que nos envuelve y nos ciega. La mortalidad es más consciente de nosotros que nunca. Y nosotros le miramos a los ojos a diario. Veo a mi tripulación tiritar con el terror. Alguno se ha vuelto loco ya. Pero dejadme que comience por el principio.
5 de enero
Llamadme Pupila. Recuerdo el día. No un día en concreto, sino cuando el mundo tenía la posibilidad de hacerse de día. Era bello. El cielo azul, las nubes de algodón, el sol ardiente. Incluso recuerdo cuando llovía sin estar nublado. Era una extraña sensación. La lluvia estival. Perdimos aquel privilegio hacía mucho tiempo. Ahora, aquí, en Fallen London, el sol no se alza, ni se postra. En Fallen London nunca hubo sol. Como soldado retirado, no temía al mer. La valentía ya era un estado natural para mí. Poseo ahora un pequeño navío a vapor, un aleph donde apenas caben diez grumetillos, un cocinero y yo. Espero, sin embargo, ampliar mi tripulación. Sin duda necesito un ingeniero, un primer oficial y un doctor. Por suerte, contamos con una rata mecánica. Aunque la consideremos una simple mascota. Partimos de Wolfstack Docks temprano.
12 de enero
Un poco al noreste de Fallen London nos encontramos con Hunter’s Keep. Es un pequeño trozo de roca sin mucho interés más allá de una gran mansión presidiendo una colina. Debido a mi inexperiencia, no tengo misión ni rumbo. Tan solo quiero descubrir los secretos del mer. Atracamos en una pequeña cala y descendimos del barco, investigando el lugar. Al llegar a la mansión, una sirvienta nos recibe. Atentamente nos dijo que allí vivían tres hermanas. Cenamos con una de ellas, una señora anciana, un tanto decrépita, que nos contó historias de terror. A mis hombres les divirtió, aunque noté algún escalofrío asustado. Una vez vencido el hambre, nos despedimos y soltamos amarras.
23 de enero
Volvemos a Fallen London. Mi falta de experiencia en el mer, la grandeza de éste y mi mala economía han provocado que lleguemos con escasos recursos y la última caja de combustible. No me había percatado de lo rápido que se pierde todo esto al estar viajando. De lo que me he dado cuenta, gracias a mi conocimiento del alma humana, es del terror que inunda a mi tripulación. Al estar en mer abierto, con tan solo la luz proporcionada por la linterna del barco, su terror aumenta considerablemente. Veo sus pequeños ojos, en la oscuridad, temblar. Alguno reza, desconsolado. Cuando se divisa la costa, sin embargo, se alegran. Hay suspiros de alivio, susurros hablando sobre salvación. Y, pese a todo, esa sensación nunca se va. Nos acompaña constantemente. Se convierte en la sangre de nuestras venas, en los huesos de nuestro esqueleto. Nos mantiene en pie. Y nos impide dormir. Tenemos que descansar una noche en Fallen London para recuperar fuerzas. Mañana será otra noche.
28 de enero
Llegamos a The Iron Republic. Por el camino, cerca de Albertine Gates, hemos tenido nuestro primer enfrentamiento. Una medusa gigante, nadando casi en la superficie, nos divisó y embistió con furia. Las balas del cañón volaron hasta ella. Nos costó vencerla y nuestra nave ha quedado gravemente dañada. Seguimos viajando, sin embargo, con la esperanza de que no vuelva a ocurrir algo así. Por suerte, gracias a mi pasado, la nave golpea con fiereza y daña a nuestros enemigos de forma efectiva. Hemos atracado en Van Horn Harbour.
29 de enero
Huimos. The Iron Republic es un lugar espantoso, una mezcla de las peores pesadillas que tiene un hombre y la tierra baldía olvidada por los dioses. Veo a mi tripulación con los ojos perdidos en la lontananza. Están atemorizados. Lo allí vivido no será olvidado facilmente. Lo cargaremos con nosotros el resto de nuestra vida. Volvemos a Fallen London. Estamos escasos de dinero y de recursos. Los viajes sin ton ni son por el mer no dan los frutos esperados. Tendremos que buscar trabajo, explorar a fondo estas islas que nos rodean y las que están más allá. Aventurarnos en lo desconocido. Y, pese a todo, esa soledad…
8 de febrero
Tuvimos que pedir trabajo en el almirantazgo. Al final, nos han encomendado informes sobre islas lejanas. Muchos exploradores como yo han sido enviados por todo el mer para cartografiarlo. Muy poca gente sabe qué hay más allá. Qué misterios aguardan. Nuestra misión es llegar hasta The Avid Horizon. No tengo ni idea de si podremos llegar con esta cantidad de combustible y suministros. De momento, estamos en The Salt Lions. Dos bestias del tamaño de una catedral enfrentadas, ceño fruncido, con un dolor indescriptible en sus ojos vacíos. Son tan grandes como la mer. Nos hacen sentir pequeños, diminutos. La bestia que mira cara al sur está salpicada de figuras humanas, royendo su pétreo cuerpo, extrayendo piedras, piedras y piedras. Intentando desmontarlas. La bestia, sin embargo, permanece inalterable. Tal y como lo haría un dios. En el puerto nos ofrecen llevar sphinxstones hasta Fallen London por una buena suma de dinero. Las compramos aquí baratas y las vendemos allí caras. Es un buen trato.
16 de febrero
Creímos morir. Nos alejamos de toda costa. No veíamos islas a nuestro alrededor. Viajábamos al norte, al norte, recto hacia el abismo que debe de haber en el norte. No le tengo miedo a los dioses. Los desafío con la mirada. Los oigo tocar el fondo del casco de la nave y no tiemblo. Mis hombres me consideran un valiente y un tonto. Vemos un faro y nos acercamos a él. Entonces observamos a la bestia. Una polilla gigante bate sus alas al rededor de la isla. Es cinco veces el tamaño de nuestra nave. No tenemos armas ni hombres suficientes para plantarle cara. Debemos huir antes de que nos vea. Así que eso hacemos. Apagamos las luces y navegamos dirección este.
27 de febrero
Por fin hemos llegado. Esto es The Avid Horizon. Una puerta más allá de la mer. Sin embargo, hay algo que nos impide cruzarla. Es un miedo, un terror antiguo. Quizá sea encontrarse con más cosas desconocidas. La mer es grande, ancha y extensa. No necesitamos aventuras más allá de ella. Se autocontiene. Sus límites están bien trazados, pero no son asfixiantes. Podemos navegarla durante días y podríamos seguir navegándola durante años. Así es la mer. Es inmensa, es inaprensible. Estamos al final de ella, por el norte, y no puedo evitar echar de menos Fallen London.