He vuelto a Madrid, con su calor despiadado y su contaminación infiltrándose en cada poro de la piel. Es un lugar terrible para pasar el verano, pero tengo mi ordenador con mi Overwatch y mis ansiedades y mis agobios, así que no está tan mal, si lo vemos en perspectiva. No me interesa ahora contar qué sucede en Madrid, sino qué sucedió en Ferrol la semana pasada.
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junio 21, 2016
El perro corre hacia mí, me huele las zapatillas, me rodea, se me queda mirando con esa sonrisa extraña, alegre e inocente de animal feliz por tan solo existir. Es rubio, bellísimo. Parece un día de verano, uno en el que viene una pequeña brisa para aliviar el calor. En realidad es una perra. Se llama Nana. Es enorme. El tamaño del perro da la idea del tamaño de la casa. En Madrid solo hay perros pequeños o, peor, perros deprimidos. Nana parece contenta.