En 1924, Friedrich Wilhelm Murnau estrenaba en Alemania El Último («Der Letzte Mann»). Pretendía, en este film, conseguir la sublimación definitiva de la imagen: contar una historia sin mostrar ni un solo texto explicativo. Tenía a su alcance una puesta en escena, la cual engloba desde el escenario hasta el vestuario, y unos actores que llevaban la actuación más allá de la simple mímica. El sonido llegaría cinco años más tarde y el cine se entregaría a él, en su mayor parte (Chaplin, por ejemplo, no crearía su primera película sonora hasta el año cuarenta), para explicar tramas, sentimientos, definir personajes. Murnau acabaría condenado al ostracismo, como tantos otros autores que ni quisieron ni supieron adaptarse.
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septiembre 05, 2013