Hace años que no me disfrazo de nada. Odio los carnavales con la fuerza de los mares, con el ímpetu del viento. Todo tiene un motivo, un trauma en este caso. Con once o doce años me disfracé del protagonista de Yu-Gi-Oh y en mi ciudad se estilaba tirar huevos a aquellos transeúntes despistados que iban disfrazados. El disfraz era una diana. La desgracia aconteció cuando un huevo impactó en mi oreja tras caer de un séptimo piso. Estuve quitándome clara de huevo del oído interno hasta las navidades de ese año. Ampliar artículo
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