Es 1991, y las cosas van mal. Estoy casi en la bancarrota, con una mujer, dos hijos, y una casa vacía con las pocas pertenencias y dinero metido en una caja fuerte. Sé que pronto vendrán por lo que poco que nos queda, cientos vendrán.
Transcripción del audio-diario de Robert Albert Hoyle
13 de noviembre:
He contratado un sistema de seguridad, para ver quién entra cuando estoy fuera. Además proporcionan material para asegurar una casa, muros con todo tipo de materiales, placas de presión, circuitería, puertas controladas eléctricamente, incluso perros de esa raza tan peligrosa, pitbull. También un sistema de grabación de vídeo centralizado; todo para proteger a los míos, porque como dice su anuncio «algunas cosas no pueden ser reemplazadas». Con el poco dinero que me queda voy a asegurar la casa.
(Se corta)
He visto el catálogo y he pensado en un sistema de seguridad por placas de presión. Pondré seis botones. La puerta blindada que da acceso a la caja fuerte sólo se abrirá si se pulsa el botón correcto; si se pulsa uno equivocado…, un pitbull caerá sobre el infeliz que se equivoque, o quedará electrocutado, o se abrirá un trampilla bajo sus pies… ya pensaré algo, sí, será inexpugnable. Y además, aunque abran la puerta blindada, otro pitbull les estará esperando. También dejaré aislada a mi familia para que estén seguros. Sí, ¡buena idea! Voy a hacer el pedido de materiales.
14 de noviembre:
Esto es más complicado de lo que parecía. Cada elemento de seguridad que me han vendido ocupa un metro cuadrado exacto de mi casa, de forma que no puedo configurar en un espacio reducido todo el sistema de seguridad que había pensado. Hay que plasmar un circuito de seguridad real en la planta de mi casa a un elemento por metro cuadrado, de forma que el intruso que entre podrá ver perfectamente el sistema de cables que va del botón hasta la apertura de la puerta. ¡Ah! esto requiere más espacio del que pensaba y pronto se me acabará el dinero para materiales. Además, no puedo encerrar a mi familia si entra un intruso, lo más seguro es que escapen para no quedar a su merced. Tengo que dejar un camino libre para que puedan escapar. Yo mismo debo ser capaz de llegar a mi caja fuerte pasando por mis propias trampas, ya que, si quedase aislada, me arruinaría.
16 de noviembre:
Al final he construido un laberinto, el presupuesto no me llegaba para todo el material eléctrico necesario. Como protección he puesto un par de gatos y un chihuahua, porque no me quedaba ni un centavo más. Quizás si los intrusos oyen ruido, les ahuyente (se escucha un gato maullar de fondo). Eso sí, para mi familia he tenido una gran idea. La entrada al laberinto está ahí, tentadora, a cierta distancia de la puerta de mi casa. Los intrusos irán disparados hacia ésta mientras mi familia escapa justo a su espalda. Es lo mejor que se me ocurre.
16 de noviembre:
Han entrado. Estoy viendo un vídeo desde el archivo de grabaciones de la empresa de seguridad. «24 horas a tu servicio». Observo un intruso, un fulano cualquiera. Va tapado con un pañuelo para que no se le vea la cara. Se dirige directo a la puerta del laberinto. Se dirige al pomo de la puerta. No, parece que se ha percatado de cómo mi familia se escabulle hacia la puerta de salida. Él, da media vuelta y… ¡los persigue!, pero consiguen escapar a tiempo. El intruso (la voz le tiembla) se vuelve y entra en el laberinto. Al menos mi familia está a salvo. Mi estrategia ha funcionado, pero no mi seguridad. El intruso se tropieza tras una puerta con el chihuahua, el cual se limita a correr alrededor de sus piernas sacando la lengua y meneando el rabo, malditos chuchos. Tengo que comprar un pitbull, como sea, pero no me llega el presupuesto. Los gatos, directamente, huyen del intruso. Finalmente éste llega hasta mi caja fuerte. Ya está (resopla resignado), se ha llevado lo poco que me quedaba.
17 de noviembre:
Es 1991, y las cosas van mal, muy mal. Yo estoy en bancarrota. ¿Quiénes son estos intrusos? ¿De dónde vienen? Caminando de noche por las calles observo que mucha gente no está en sus casas, y veo sus sistemas de seguridad, mejores que el mío, y veo que tienen dinero, tienen nivel de vida y tienen presupuesto. Son mis propios vecinos, son gente como yo, que no tienen otro recurso posible más que robar. Subo los escalones de la parte frontal de una casa, llamo a la puerta suavemente, y encuentro que la puerta no está cerrada. En mi cabeza noto que algo cambia, una vuelta de tuerca. No pasa nada por echar un vistazo. Abro la puerta…
(Se escucha la puerta crujir, pero no el sonido que haría al cerrarse.)
Veo un pasillo de paredes de madera. No parece haber nadie. Pero todo está en penumbras. Continúo por el pasillo hasta que éste gira en una U, para tropezarme de bruces con la mujer e hijos del dueño de la casa. No gritan, no se detienen, yo me detengo, están pálidos y sin dejar de mirarme con ojos como platos, me rodean y continúan pasillo arriba hasta salir de la casa (se escucha una puerta cerrarse). Ahora me doy cuenta: la mujer tintineaba al correr, porque iba cargada con la mitad del dinero en metálico de la casa (se toma un momento de silencio). Recorro con la vista la habitación. Apenas una S en el suelo construida con reja electrificada, pero que no tiene corriente, y tras este sistema tan poco seguro, la caja fuerte. Me acerco hacia ella desconfiado. Ni pitbulls, ni trampas, ni nada en absoluto. Agarro el escaso dinero y corro. Mañana comeremos caliente.
18 de noviembre:
Otra noche, otra casa ajena. Je, este tipo tiene un felpudo igual que el mío (rée divertido). «Bienvenido». Vengo preparado, en mi mochila llevo una sierra, unos alicates, y carne con somníferos para dormir a un elefante. No quiero jugarme la vida. Tras él, un pasillo largo de madera se pierde en la oscuridad, y a los lados, diversas puertas. No las abro (se escuchan arañazos en una puerta). No quiero arriesgarme. Continúo por el pasillo y algo me golpea. Es un olor desagradable, orgánico, algo que nunca había olido antes. No es el olor de la descomposición o putrefacción, es algo más fresco, pero aún así, me infunde un terror instintivo que me eriza el vello del cuerpo. En el suelo ante mí descansa un cuerpo oscuro del cual apenas puedo discernir su forma. Me acerco para examinarlo. Como sospechaba es un cuerpo, de una mujer, rodeado de un charco de sangre, pero con esta oscuridad era difícil de discernir. Su cabeza mira hacia otro lado, hacia el fondo del pasillo. Agarro su hombro y la giro hacia mi, y me doy cuenta de que es… ¡oh Dios! Una joven, casi una niña. Pero… (balbucea) ¿Quién? ¿Cómo? ¿Por qué…? (se escuchan pasos vacilantes, y abre una puerta) La caja fuerte ¡Coge el dinero y corre! ¡Coge el dinero y corre! (se escuchan ruidos de papeles y monedas, cambiando de manos y de dueño). ¡Corre, corre! (se escuchan pasos corriendo). Ya salgo (se oye el sonido de una puerta abatiéndose de golpe, el viento en la calle y el chapoteo del vómito).
Continuará…