¿Qué buscamos más allá del velo? Redención, segundas oportunidades, para nosotros o para un ser querido; pero tendemos a olvidar que al entrar en la casa de la muerte hay que pagar un precio. Totenhaus es un relato fantástico, absorbente y fascinante. Se pega a tu piel y se va introduciendo, dejando un poso pegajoso que va soltando vapores que huelen y saben al aliento de la muerte. Esa terrible y hermosa mujer.
En Totenhaus, la casa de los muertos, tú eres el protagonista.
Decía Nabokov en su Curso de literatura Europea (Ediciones B, 2009) que toda obra de ficción es un trabajo de fantasía: no existen los personajes realistas porque todo en literatura es fantasía. Y yo que soy de la escuela nabokoviana le doy la razón. Totenhaus es puro artificio. Es como ver una obra de teatro tremendamente afectada. La situación inicial, los sentimientos del protagonista, las reacciones de la mujer, todo está llevado al extremo por desagradable, de forma que se podría decir poco plausible. Sin embargo, se nota que Santiago Eximeno conoce bien el arte de escribir, es un tipo de teatralidad que me encanta: esa desafección, la apatía del protagonista, la maldad de Mr. Grubs, sus ropajes, el gótico urbano derruido. Todo me encanta. La calidad de la literatura te fuerza a que entres en esta fantasía, te mete dentro del juego y te hace que disfrutes de todo lo malo que acontece en la casa de la muerte.
Te llamas Ricardo. Tu hijo está muy enfermo. Se muere. ¿Qué vas a hacer por él?
Este tono se pone de manifiesto con la puesta en escena y personajes secundarios. La primera, con entornos urbanos marginales remezclados y difuminados con los estándares oníricos del género de la fantasía (bosque de cemento, cristales rotos y desesperanza) puestos en contraste con las localizaciones del mundo real. Los personajes, extraídos directamente de Charles Dickens. Este tono difuso hace que no exista exploración como tal de ese escenario fantástico que es la casa de la muerte. Su naturaleza laberíntica, irreal, conglomerado de lugares tenebrosos, nos guía a través de las ramas preescritas del relato. La literatura transmite el sentimiento de irrealidad que pretende, pero en cambio se ha sacrificado la oportunidad de poder navegar y tratar de entender ese espacio. En ese aspecto ocurre exactamente igual que con la casa de la Reina de los Gusanos de The Cat Lady: en ese juego no hay suficiente escenario en la cabaña del bosque más allá del velo, y aunque la mayor parte de escenas en Totenhaus ocurren allí, se echa en falta un poco más de exploración.
Uno de ellos es Mr. Sowerberry. Alto y delgado, lleva sobre su cabeza un sombrero de copa negro a juego con su levita negra y sus pantalones negros. Incluso sus uñas son negras.
—Suerte —dice Mr. Sowerberry.
También se echa de menos un poquito de agencia en cuando a ciertas escenas o interacción con los personajes, no obstante, la naturaleza del juego te guía por el pesimismo y la futilidad, de forma que la no-acción está muy bien justificada. Cuando el juego te fuerza por un camino como única opción se advierte como natural y dentro del contexto. No obstante, desde mi punto de vista totalmente subjetivo sobre cómo debe ser la ficción interactiva perfecta, echo de menos más interacción, párrafos más cortos y pronta acción, así como más opciones y agencia en los diálogos. Pero yo soy muy especial en estas cosas.
Te asombra el tamaño que debe tener esta construcción, que desde el exterior no semejaba ser más que una vieja cabaña perdida en el bosque. Hay algo en este lugar que te hace pensar en raíces enterradas en lo más profundo de la tierra, en gusanos deslizándose bajo tus pies y alimentándose de cuerpos putrefactos.
Al final, en la casa de los muertos se aprende que toda elección tiene sus consecuencias. Que toda no acción también, y que a veces hay que remangarse para llenarse las manos de sangre. Esto es, una vez traspasado el umbral, el cambio en nuestra alma será irresoluble, y quedaremos cambiados, a peor, para siempre.