Decía Three Dog Night que «el uno es el número más solitario». Nadie lo duda, pero ¿qué hay del cuatro? No es compañía, no es multitud, no tiene el carisma de un lustro, con ese nombre que suena a superficie bien pulida. Pobre, pobre número. Pero nosotros estamos muy contentos hoy de poder llevar el cuatro bajo el brazo: es el número de años que cumplimos aquí, en el Interwebs, charlando de videojuegos. Con un equipo más reducido, con subidas y bajadas en esta montaña rusa que es la vida, lo cierto es que aquí seguimos. Resistimos contra la marea y esperamos continuar con vosotros mucho tiempo más, ofreciéndoos nuestra visión del mundo indie, así como del espectro cultural y social que le rodea. Nuestro monete está generoso y nos ha cedido unos cuantos códigos de juegos para regalar en este nuestro día de fiesta. Si queréis saber cuáles son, sólo tenéis que pasar el salto y leer nuestro mini-combo. Al final del mismo encontraréis cómo participar.
The Banner Saga
Épica despojada de la benevolencia y el colorido con que se entiende tantas veces, hoy en día casi en exclusiva, en literatura o audiovisual.
«La supervivencia es la palabra clave en The Banner Saga, el concepto que lo tiñe todo. Esos momentos en que contemplamos el avance de nuestra caravana de un refugio a otro, en que vemos con angustia cómo descienden nuestras viandas y los integrantes del clan, cómo nuestras fuerzas menguan… son Edda pura y dura. Épica despojada de la benevolencia y el colorido con que se entiende tantas veces, hoy en día casi en exclusiva, en literatura o audiovisual. Héroes que cargan sobre sus espaldas el peso dejado por otros, no por elección sino por herencia, y que deben convertir la resignación en fortaleza y coraza. Y cubriéndolo todo como un sudario, el silencio de unos dioses ausentes, indolentes ante el sufrimiento pero presentes de forma recalcitrante en gigantescos monumentos aquí y allá; canciones de piedra que evocan nostalgias no vividas, que se pegan y encostran en el alma». Review.
The Banner Saga
Train Valley
Train Valley se convierte muy pronto, en cuanto sabe que hemos pillado las mecánicas básicas de juego, en un puzle de lo más exigente.
Hay un placer hipnótico en contemplar maquetas de cualquier cosa, pero especialmente de trenes. Muchos hemos soñado con tener una de esos desvanes enormes dedicados a un mundo en miniatura de ferrocarriles, colinas y guardagujas, y quedarnos simplemente extasiados contemplanddo cómo cobra vida. Train Valley es nuestra oportunidad de tener algo así gastándonos mucho menos dinero. Aunque tendremos que comprometernos y convertirnos en los guardianes de ese universo diminuto, asegurándonos de que todo marcha como debe. Los trenes tienen que llegar a sus estaciones, hay que evitar retrasos y por supuesto colisiones. Y quizás llegue el momento en que deje de ser tan relajante e insignificante como nos parecía al principio. Train Valley se convierte muy pronto, en cuanto sabe que hemos pillado las mecánicas básicas de juego, en un puzle de lo más exigente, que no sólo apela a nuestro sentido de la coordinación y nuestra capacidad de improvisar nuevos caminos sino también al uso inteligente del dinero. Quedarnos sin blanca puede suponer un desastre tan grave como no haber cambiado la dirección de una vía a tiempo. Eso sí, será toda una satisfacción cuando nuestro trazado cumpla su objetivo y las elegantes serpentinas de los trenes atraviesen el valle en perfecta armonía.
Train Valley
OlliOlli 2
OlliOlli es un plataformas. Quizá más Sonic que Mario.
Te regalamos el 2, aunque en su momento te contamos cosas como ésta del 1:
«OlliOlli, gracias, no va sobre ser skater. Va sobre jugar a videojuegos como dios. No es un machacabotones porque… se juega con un joystick, con la aparición estelar de un botón A y algún que otro botón trasero. OlliOlli es un plataformas. Quizá más Sonic que Mario. Tiene un tempo endiablado, si juegas bien, y en los últimos niveles debes calcular distancias con ojo de arquitecto». Review.
OlliOlli 2.
SOMA
Su terror se mete bajo tu piel, se instala allí y profundiza en tu angustia sin un atisbo de luz posible.
Cuando era niño, mi propensión a la fantasía me hizo ser más vulnerable a la doctrina cristiana. Tanta era mi fe que hice la comunión en serio, ya sabes, no por los regalos como la mayoría de niños sino por verdadera devoción temerosa de Dios. Temerosa es la palabra clave aquí. La religión, dicen, otorga a la sociedad unos sólidos valores morales, pero otorga también el mismo peso en pesadillas. Afortunadamente El nombre de la rosa llegó y con el libro mi deísmo. Al fin libre de los temores basados en la noción del pecado, con la filosofía en una mano y el amor por la razón pura en la otra, llegué a un dios integrado en la naturaleza. Continué feliz durante tiempo. A día de hoy la evolución natural del pensamiento me ha llevado al escepticismo, el agnosticismo, y como no, a mi mayor terror existencial: el temor a la muerte.
Imagina que tu vida es como ver una televisión, una televisión donde sólo echan una serie en concreto, ningún otro programa. Pero no sólo eso, además la cámara tan sólo sigue siempre los pasos del mismo personaje, tú. Y una vez que ese personaje sale de la serie, el show se acaba. No, no es que se acabe, es que la tele pasa a estática, más que eso, pasa a la nada absoluta. Así es tu vida ahora, estás atado a la serie de tu vida, y algún día se acabará, y no habrá nada más. Ahora siente terror conmigo.
No conozco muchos juegos que aborden el terror existencial del hombre escéptico del siglo XXI. Bueno, hay algunos arty-indies por ahí fuera, pero de forma comercial y valores triple A sólo conozco uno: SOMA. SOMA me habla directamente sobre ese terror, me habla a mí directamente y me habla sobre las esperanzas puestas en la ciencia futura: la singularidad. Me habla sobre la noción de que no llegaré a ella, y además me habla de forma desagradable, untuosa, restos de metal, olor a chips quemados y bio-aceite de motor. Pero también me habla de forma fascinante: la tecnología que lo hace posible es asombrosa. No es la conversación dulce y prometedora de San Junípero, no… SOMA da un miedo que te cagas, y no precisamente por los sustacos o por los robots que te siguen para robarte tu sangre ennegrecida. Su terror se mete bajo tu piel, se instala allí y profundiza en tu angustia sin un atisbo de luz posible.
SOMA te puede volar la puta cabeza, y me gustaría sentar ante él a todo cristiano e hijo de Dios y ver en directo cómo arman sus barreras mentales para evitar el derrumbamiento de su mitología. ¡Bah! ¡Es tan sólo un videojuego! (risas nerviosas).
SOMA.
The Flame in the Flood
Sin hacer gala de grandes aspavientos, el mayor logro de The Flame in the Flood es el de crear un universo perfectamente construido y coherente, tan sólo a través del referente visual.
¿A alguien le apetece un poco de postapocalipsis? The Flame in the Flood nos lleva a un viaje por una Norteamérica profunda y arrasada por una gigantesca riada. No tenemos muy claro qué ha sucedido: restos de una civilización que nos resulta muy familiar flotan en el seno de un caudaloso río, que será a la vez camino de salvación y lecho de toda suerte de terrores en el momento en que las luces del día se apaguen. No lo tendremos nada fácil para sobrevivir, con la sola compañía de nuestro perro y una precaria balsa. Tendremos que hacer frente a animales salvajes, heridas, botulismo y deshidratación, y aprender a economizar nuestros recursos mediante un completo sistema de crafteo. Sin hacer gala de grandes aspavientos, el mayor logro de The Flame in the Flood es el de crear un universo perfectamente construido y coherente, tan sólo a través del referente visual. Es un survival que se complace en golpearnos con difíciles decisiones una y otra vez (¿nos detenemos a dormir, arriesgándonos a menguar nuestras ya escasas provisiones? ¿Nos aventuramos en la espesura, aun estando heridos, en busca de piezas para reparar la balsa?), pero que consigue tocarnos esa fibra masoquista tan asociada al género y hacernos regresar del permadeath a comprobar hasta dónde podemos llegar en nuestra lucha contra la corriente inmisericorde. La banda sonora, a cargo de Chuck Ragan, se encarga de insuflar un hálito de vida folk que le viene como anillo al dedo.
The Flame in the Flood
Broforce
Héroes, terroristas, explosiones, destrucción, tiros, sangre, destrucción y muchas, muchas explosiones, ¿he dicho ya explosiones? ¿y destrucción?
De pequeño coleccionaba una serie de fascículos (no sé si estas maravillas todavía existen, ¡qué perdido estoy en el siglo XXI!) llamada Cine de Acción y Aventura. Básicamente, se trataba de una selección de películas en VHS repleta de genios cinematográficos como Stallone, Seagal, Van Damme y Schwarzenegger. Me flipaban esas pelis. Bueno y ahora también. Añadamos a la lista McGuyver, el Equipo A, Kill Bill, Men in Black, Machete, Matrix, Alien y unos cuantos más héroes de acción de aquí y allá y obtenemos la larguísima lista de personajes de Broforce. Todos tenemos un favorito, y un menos favorito (te miro a ti, Chuck Norris), pero da un poco igual porque el juego no te permite elegir. Y eso está muy bien. Te toca el que te toca, le matan y te toca otro. Y así hasta que has eliminado al enemigo final en ese país cuyos habitantes hablaban un idioma distinto y, por tanto, necesitaban ser liberados (o destruidos, qué más da).
Es un juego tan loco, cómico y brutal que, aun con pixelacos propios de la época de los fascículos comentados arriba, se ralentiza en la PlayStation 4. Pero casi mejor, porque, de haberse parado alguien a pensar durante el desarrollo, es muy probable que este juego no existiera. Es igual de descerebrado que las películas de acción de los 80: héroes, terroristas, explosiones, destrucción, tiros, sangre, destrucción y muchas, muchas explosiones, ¿he dicho ya explosiones? ¿y destrucción?. Para qué pedir más. Review.
Broforce
Epistory: Typing Chronicles
Los typing games parecen un género menor, un nicho dentro de un nicho, pero Epistory consigue que esta mecánica un tanto extraña se convierta en algo dinámico y adictivo.
La estética papercraft en los videojuegos es una delicia visual. Muy muerto hay que estar por dentro para no quedarse fascinado con esos mundos que se despliegan ante nuestros ojos, nunca mejor dicho, como si de un libro con vida propia se tratase. El mejor modo de aprovechar esta elección artística, qué duda cabe, es la de convertirla en el escenario de un cuento. Epistory: Typing Chronicles se muestra ante nosotros como una fábula, un cuento popular que contribuiremos a crear con nuestros pasos. El escenario irá apareciendo conforme avancemos a lomos de nuestro zorro de tres colas, de manera muy similar a las losetas de juegos de mesa como el popular Carcassonne. Pero lo que realmente cuenta es nuestra pericia con las teclas. Para abrir caminos, encontrar cofres o eliminar enemigos, tendremos que teclear palabras. Más o menos largas, más o menos complejas: en algunos casos muy rápido, en otros con cuidado de no equivocar ninguna letra y tener que volver a empezar. Los typing games parecen un género menor, un nicho dentro de un nicho, pero Epistory consigue que esta mecánica un tanto extraña se convierta en algo dinámico y adictivo, a veces frenético, y quede perfectamente integrada en la narrativa. Una lástima que el tener que prestar atención a las palabras a veces nos haga desviar nuestra atención del preciosismo de los paisajes que recorremos.
Epistory: Typing Chronicles
Mogollones de regalos
Aunque últimamente estemos más callados, tienes cuatro añazos de Indie-o-rama por descubrir en nuestra web. Paséate por nuestros especiales o conoce a grandes nombres de la industria a través de nuestras entrevistas (eh, que incluso hemos charlado con Jonathan Blow). Cuéntanos lo que más te haya gustado de Indieorama en todo este tiempo, o qué te gustaría ver en un futuro. Los comentarios recibirán regalos por orden de llegada. Contactaremos contigo en privado para ver qué juego del combo prefieres.