Una recreativa de Gauntlet. Es el precio que tuvo que pagar su creador, Ed Logg, a John Howard Palevich, padre de Dandy, un juego lanzado dos años antes para Atari 800 del que Logg cogió prestadas algo más que referencias. Y todo para evitar un farragoso y previsiblemente largo embrollo legal. Hoy en día algo así suena bucólico, ¿verdad?
Menos mal que vivimos en un mundo en el que cada byte de información parece que ya haya sido inventado. Nadie se quejó cuando el mareante Portal (Valve, 2007) triunfó como la Coca-Cola, a pesar de que cogió prestado todo lo que hizo bien Nuclear Monkey Software con Narbacular Drop (2005) un par de años atrás. Y con todo me refiero a todo, el staff al completo incluido.
Seguro que se os vienen a la cabeza otros tantos ejemplos de conceptos e ideas prestados. Algunas veces cogidos a la fuerza, como lo que ocurrió hace unos años con Splosion Man, o, más recientemente, —y esto me toca un poco más la fibra—, con Gods Will Be Watching y cierto juego en Steam Greenlight (me abstengo a hacerles publicidad gratuita). Pero otras veces son ejemplos sentidos y honestos, repletos de ideas propias que se adaptan perfectamente a otras establecidas por los que ya estuvieron antes. Y este es, sin ningún atisbo de duda, el caso de HammerWatch.
Nacido de la mente de dos hombres tan nórdicos como sus barbas —y que, al contrario de lo habitual, ya llevan un buen tiempo haciendo juegos poco o nada independientes—, HammerWatch es un guiño a aquellos que disfrutamos con Gauntlet y, más tarde, con Diablo (Blizzard, 1996). No esperéis complicadas mecánicas, árboles de habilidades complejos ni estadísticas. Sí, HammerWatch tiene hechizos, tiene espadas y tiene orcos. Maldita sea, sería el Advanced Dungeons & Dragons indie perfecto. Pero no, no es un juego de rol. Es un arcade, de manejar con mando. Pero uno pausado, que castiga las prisas y premia (y mucho) la exploración.
Y como todo buen arcade, tiene la capacidad de no tenernos demasiado tiempo en el mismo sitio. Claro que hay secretos y paredes rompibles en las que me he llegado a extrañar que no se oculte un pollo dentro. Pero si este análisis se pudiera resumir en unas pocas palabras —algo que, en aras de no buscarnos más líos, dejaré a mis compañeros en redes sociales— sería «coge la llave y corre». Y mata unos cuantos gusanos por el camino, ya que estás.
Si lo que habéis leído os gusta y no os importa clavar un carcaj entero de flechas a un generador de monstruos, el pixel gordo y bonito que viste al juego —y su banda sonora, humilde pero absolutamente fantástica— os van a encantar. Y ya si tenéis tres amigos con los que pelearos por el oro y las manzanas —componente indispensable para disfrutar el juego pasadas las dos primeras horas, todo sea dicho—, HammerWatch se convierte en el juego perfecto para pasar una noche de vicio a cuatro jugadores, en la que, ya os lo digo, no os van a faltar batallas épicas, puzles, pasadizos ocultos y «¡La p**a m****a de pinchos, me han vuelto a matar, j***r!».