Pasa una cosa con los chistes —y me temo que también con la política—: cuando necesitas explicarlos, se pierde su razón de ser. Y de ello son responsables los humoristas, los producers del humor. Ellos conocen, o deberían conocer, el contexto en el que cuentan el chiste, su contenido, y las expectativas que generan con él. De nada sirve preparar un final explosivo, si al final el golpe de gracia, el punchline, queda en una tibia sonrisa comprometida.
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