Abres la puerta, y antes de que entres escapa de la casa un poco de silencio. Tras un breve primer vistazo empiezan a perfilarse los componentes de una cocina como cualquier otra, de no ser, claro, por los libros. Observas una serie de sartenes colgadas y, bajo ellas, docenas de libros. En una esquina, una torre de tomos desiguales yace junto a otra de platos, formando dos montañas mellizas junto al fregadero. Reparas en una estantería, inclinada y vencida en uno de sus lados. Curiosamente, está vacía.
En la siguiente estancia una mesa se limita a dormir, arrinconada entre cajas de cartón impropias de un pasillo por el cual todavía pasara alguien. Sin embargo, no parece que a la casa le importe. Perdida su función como santuario de las vidas que la habitaron, ella se contenta con ser inerte archivo familiar, y permite que los libros se apilen aquí y allá como si siempre hubieran estado ahí. Quién sabe, quizás para un edificio de cientos de años las anomalías sean esas personas cuyo paso efímero, apenas breves momentos de agitación en un plácido silencio, sientan las bases de un registro arropado entre algunas paredes. Todo hogar vive en un proceso continuo e implacable de transformación en archivo voluntario o accidental, y lo que What Remains of Edith Finch propone no es más que revivir esa historia a cámara rápida, dejándonos al pie del árbol genealógico de los Finch e invitándonos a trepar por sus ramas.
Ya desde el primer momento trasciende que el juego es, naturalmente, una reflexión sobre la vida y la muerte. El hecho de que esta familia haya quedado marcada por una maldición que aparentemente favorece una muerte prematura es apenas una nota dramática sobre el intrigante fenómeno de explorar los lazos familiares per se, un análisis en el que indirectamente siempre se ha de considerar esa pieza esquiva y sesgada que es el yo. Convencidos de nuestra inmortalidad, sacamos del fondo de la caja la foto de boda de los abuelos, lozanos entonces y enterrados desde hace tanto. Sonreímos ante una foto nuestra, jugando en el parque, y con motivos elegimos no pensar en las manos que sostendrán nuestra foto cuando no seamos más que un recuerdo brumoso.
Pero ese pacto de silencio con uno mismo se rompe cuando tomamos parte imparcial como recreador de la vida de los Finch. A través de nuestro viaje por la piel de muchos y muy diferentes personajes, el relato es a ratos elegía, a ratos comedia, otras veces tragedia y, en todos los casos, metáfora. Viejas casas hundidas en el mar y torres que nacen en la buhardilla de la casa, extendiéndose orgánicamente como lo hace la propia familia y, cómo no, el constante recordatorio del escenario como archivo vital. Este último es un espacio caracterizado por un nivel de detalle exuberante, cuya apuesta por la abundancia de elementos funciona excepcionalmente en el contexto. El talismán contra el horror vacui que es la acumulación de objetos de la casa de los Finch casa perfectamente como hilo entre las voces y miradas de sus miembros. El jugador las surca como actor —no como mero espectador— a través del tiempo, que no del espacio.
En este aspecto, la variedad de mecánicas y el ritmo ágil de What Remains of Edith Finch lo sitúan más cerca de Ether One que de Everybody’s Gone to the Rapture, sin que estos juegos necesariamente acoten el carácter singular del que nos ocupa. Por ejemplo, no han sido la fantástica historia o la más que oportuna música lo que ha convertido a este cuento en mi juego narrativo favorito hasta la fecha. Ha sido su transparencia. Al contrario que muchos títulos cuyo objetivo es abiertamente emocionar al jugador, What Remains of Edith Finch es sutil y sincero. En un contexto en el que la «madurez» de un videojuego se suele asociar su nivel de violencia gráfica o, casi peor, con la banalidad del trillado señor-protege-a-hijo-matándolos-a-todos, Giant Sparrow se ha permitido entablar una conversación honesta y transparente con nosotros, gravitando siempre alrededor del duelo, el miedo a la pérdida y la magia de la existencia.
Lo que encontramos como jugadores no es más que un espejo con algunos trazos encima, notas desperdigadas con detalles de vidas pasadas. Sus artífices han dejado unas piezas sobre la mesa y un andamio en forma de historia, apenas una puerta entreabierta. Al jugador le corresponde interrogar a sus propios personajes e investigar sus propias pérdidas o, mejor aún, sus propias vivencias en general. La naturalidad con la que las ramas de ambos árboles se entrelazan es probablemente el mayor mérito de What Remains of Edith Finch, un abrazo mágico en el que los creadores se aventuran a jugar en nuestra historia tanto como nosotros en la suya, explorando nuestro archivo conjunto e inalienable como seres humanos que todavía existen, y abrazando sin reservas a los muchos otros que dejaron de existir.